miércoles, 22 de febrero de 2012

J. Edgar

Leonardo Di Caprio ha llegado a un momento de su vida en que arrasa con quien está a su lado.  ¿Quién lo iba  a pensar? Aquel muchachito intrépido que saltó al Titanic  instantes antes de que zarpara, ha mostrado su garra como actor.  “El aviador”, “La isla siniestra”, “Revolutionary road” y “El origen” han sido algunas de las películas sobre las cuales el actor ha ido construyendo su oficio y ejercitando el músculo.
DiCaprio supo sacudirse a tiempo de su sino de niño guapo y asumió el oficio como los grandes.  Para su propósito, se puso bajo las órdenes de grandes directores y escogió bien los proyectos que habrían de forjarlo.
Ahora en “J. Edgar”, interpreta a John Edgar Hoover, el polémico hombre que estuvo en la dirección del FBI durante 48 años, lidiando con presidentes y conflictos nacionales.  El nombre de Hoover todavía es recordado por muchos, no solo por su astucia sino también por la sevicia con la que manejo la información relacionada con ciertos temas.  Hoover llevó a su ámbito laboral, convirtiendo en asuntos de estado sus odios más profundos como su anticomunismo y su racismo.  
En “J. Edgar”, el director Clint Eastwood saca provecho de las anécdotas protagonizadas por Hoover y que fueron bien conocidas por muchos, como el espionaje hecho al presidente Kennedy para descubrir su ligero comportamiento sexual.  Sí, Hoover supo mantenerse en el poder y para desgracia de muchos estuvo  28 años al frente del FBI, convirtiéndose en uno de los hombres más poderosos de Estados Unidos.
De este personaje mucho es lo que se ha dicho y escrito.  Y claro también lo hemos visto pasar frente a la pantalla, como personaje, en largometrajes como “Nixon”, “Chaplin” y “Enemigos públicos”.

Ahora Clint Eastwood le dedica una película con la que pretende abarcar toda su vida.  Con una narración que transcurre entre el presente y el pasado, Eastwood nos muestra a este hombre en todas sus dimensiones.   
A Eastwood más que las historias parecen importarle los hombres y mujeres con caracteres definidos que apuntan hacia su meta y no se detienen.  Protagonistas complejos, ambivalentes y testarudos que mueven las escenas y avanzan en pos de un sueño.  “Invictus”, “El gran Torino” y  “Golpes del destino” (Million dollar baby) han sido algunas de sus películas en las que queda demostrado el gran director de actores que es.  
Ahora con la vida de John Edgar Hoover,  Eastwood camina  seguro primero por la gran cantidad de información y hechos con los que alimenta su película y también por tener a DiCaprio en su papel protagónico.  DiCaprio, por su parte, se toma las cosas muy en serio y ahora en su papel de J. Edgar se sometió a una meticulosa transformación que incluía yeso en la cara, extensiones en el cabello y depilación en el rostro.  Pero la apariencia es solo una parte de la caracterización.  El mérito real de DiCaprio recae en su actuación.   En la construcción de un personaje bien concebido desde le guión, un hombre lleno de contradicciones y que se debate entre el poder y el temor.  Él se sabe poderoso, pero frente a su madre se doblega, se siente inseguro y siempre la aconseja. 
Y aunque terminamos conociendo bastante la vida de J. Edgar Hoover, también avanzamos por la historia de Estados Unidos. Presenciamos entonces los eventos más trascendentales que marcaron el rumbo no solo del FBI sino también de una nación que navegó por aguas inciertas. 
El rapto del hijo de Charles Limbert, la muerte de John F. Kennedy y el asesinato de Martin Luther King son algunos de los eventos referenciados por Eastwood que termina de contextualizar la historia y ubican al personaje en su momento histórico.  Sin perder de vista la dimensión más humana de Hoover, quien siempre fue un homosexual reprimido. 
Ante este tema, el director fluye con libertad y se adentra en los terrenos más emotivos y sensibles, exponiendo la dualidad de un ser que se debate entre el amor y la apariencia.  Llegando al climax con una escena en que, en medio del dolor provocado por la muerte de su madre, se desvanece frente a un espejo mientras usa su collar y la evoca con amargura.  Esto solo lo puede lograr un gran actor dirigido de manera magistral.  
Las apuestas hechas por Eastwood en esta película fueron evidentes.  No caminó descalzo y se fue de frente a dar sus opiniones, a revelar secretos o tal vez a levantar la voz para gritar los rumores.  Tal vez por eso fue castigado en los premios Oscar, donde ni siquiera clasificó en la lista de las nominadas.  Una película tenía mucho para estar entre las ganadoras.  Este es el precio que se paga por salirse del redil.  Lujos que se puede dar un director de su edad…

jueves, 8 de septiembre de 2011

En un mundo mejor


¡He aquí una película dirigida por una mujer! y no por una mujer  cualquiera.  Se trata de la danesa Susanne Bier, hija adoptiva del movimiento Dogma 95, conformado por un grupo de directores que se proponían abordar el cine de una manera diferente. 
Bier, que lleva en su hacer más de una docena de largometrajes, ha  acatado gran parte de los principios del manifiesto (Dogma 95) que basa su propuesta en el momento y en la realidad narrativos tanto como en escenarios naturales, apoyos técnicos mínimos, ausencia de trucajes narrativos y poca postproducción.  Así ha transitado por varios géneros, inclinándose a veces por los más dramáticos, en los que ha dejado su prevalecido su esencia femenina.  
Este sería un buen momento para hacer una pausa y explicar el porqué de  mi primer comentario.  Si digo que se nota la presencia de una mujer en  esta producción, no es porque este defendiendo un derecho legítimo, ni más faltaba. Lejos de comentarios feministas trasnochados, cuando una directora logra transmitir su esencia sin caer en lugares comunes, se siente. 
Este no es un asunto estético resultante de bonita fotografía ni nada de eso sino que tiene que ver, más bien, con discernir la realidad de otra manera, sí…con  la ironía femenina.
“En un mundo mejor”, Bier utiliza su astucia para elaborar una película en la que en lugar de deleitarnos con sutilezas, impacta con una realidad incómoda y de la que todos somos protagonistas queramos o no.  La escogencia misma de la historia, nos permite conocer a una directora que sabe leer entre las líneas de una sociedad que aunque sea de primer mundo, termina moviéndose de la misma manera que la más primitiva. Todo se convierte en un asunto de supervivencia.

La historia que transcurre entre dos lugares tangencialmente opuestos, tiene por protagonista Antón, un doctor que vive parte del tiempo en un campamento en Sudán donde trata a la habitantes de la zona y en un pueblo fronterizo entre Dinamarca y Suecia, donde están sus hijos y su esposa de quien se está separando.  
El doctor de naturaleza pacífica intenta resolver sus conflictos siempre por la vía del diálogo y cree en la conciliación y de ésta manera quiere educar a sus hijos.  Sobre todo al mayor de ellos, Elías un preadolescente que en el colegio es víctima del matoneo y que encuentra en  el nuevo de la clase, un aliado que le enseña una nueva manera de hacerse respetar.  El nuevo se llama Christian y tiene como antecedente la muerte reciente de su madre. El duelo poco elaborado lo ha convertido en un muchacho resentido con el padre y con todo lo que represente debilidad. A él solo le importa defenderse, no importa cómo.  
Estos son algunos de los personajes que Bier utiliza para contar una trama en la que las dinámicas sociales cotidianas son tensas, agresivas y sufrientes.  Los personajes se esfuerzan por salir bien librados en un mundo donde parece ser imperioso definirse en un punto extremo: La violencia o la inteligencia que a veces llega a confundirse con estupidez.  Pero eso no importa, porque al inteligente parece no importarle verse estúpido, aunque en el fondo tal vez su conciencia le diga que en realidad eso es lo es.  No hay puntos medios, como tampoco hay lugar para los que pretenden permanecer indiferentes. 
Para eso, la directora danesa se vale de personajes delineados a los que ubica en sus propias posturas y pronto hace reaccionar a aquellos que se encuentran en el limbo. Y es que en medio de todo hay un gran trabajo dramatúrgico de escritura y dirección de actores.  Las acciones que permiten conocer los personajes surgen en medio de secuencias descarnadas, en las que la impotencia que deja desolados a los protagonistas y a veces también a quienes los acompañamos.  Mientras la madre intenta proteger a sus hijos de quién sea, se niega a perdonar la traición de su marido a quien todavía ama.  Ella es una de tantos  a quienes la vida  amenaza con pasarle por encima porque sí, porque así son las cosas en estos tiempos posmodernos. 
Ante este panorama solo pueden sobrevivir aquellos amarrados a algo, tal vez a alguna moral, a una familia, a un grupo…  Unidos por ciertos códigos,  pero sobre todo al amor, a la comunicación.
Con todo esto, es fácil entender porque este año “En un mundo mejor” obtuvo los importantes premios de Globo de oro y Oscar a la mejor película extranjera.  Después de ver esta película será imposible no pensarse como individuo y cuestionarse  ¿De qué manera se deben resolver las diferencias y los conflictos, con el diálogo o el enfrentamiento?

miércoles, 20 de julio de 2011

El mundo es grande...


“El mundo es grande y la felicidad está a la vuelta de la esquina” es el nombre de una película búlgara que el año pasado dio vuelta por varios festivales de cine recibiendo buenos comentarios de críticos y espectadores.  Y es fácil entender porqué.
La historia que tiene como protagonistas a un abuelo y un nieto, inicia cuando el joven Sashko (Carlo Ljubek), de origen búlgaro pero nacionalizado alemán, sufre un accidente y pierde la memoria.  Su abuelo materno, Bai (Miki Manojlovic) viaja a su encuentro con el propósito de ayudarlo a recordar todo aquello que ha olvidado. 
Tarea difícil para un muchacho que ni siquiera sabe como se llama, pero el abuelo tiene sus mañas y echa mano de aquello que más conoce: el backgamon.   El juego que ha representado para el viejo no solo un momento de diversión con sus amigos, sino también la mejor cátedra de vida, le ha proporcionado la sabiduría y la paciencia para soportarlo todo. 
Al juego se suma la irreverencia y la terquedad propias de abuelo con las que pretende remover los recuerdos escondidos de Sashko.  Entonces las visitas a la clínica se convierten en noches de canciones, relatos, estrategias de juego y licor. 
Pero sus métodos excéntricos incomodan a las directivas del hospital y terminan por expulsarlo del lugar.  Entonces el abuelo recurre a  su última y más efectiva jugada:  Regresar a todos aquellos lugares que hicieron parte de la niñez de su nieto, tal vez así logré recordar de dónde viene y pueda asumir su presente. Pero sobre todo, tal vez así logre recordar como eran sus padres, porque como el mismo abuelo le dice… “si quieres verlos de nuevo, solo podrás hacerlo a través de tus recuerdos”.
De esta manera abuelo y nieto emprenden un viaje en tándem (bicicleta con dos puestos) que los llevara por varios países de Europa hasta llegar a su natal Bulgaria.
“El mundo es grande y la felicidad está a la vuelta de la esquina” se convierte entonces en un “road movie” de anécdotas divertidas y sentimentales, que logra conmover a los espectadores a pesar de estar construida con lugares comunes.  Estamos familiarizados con ciertas situaciones cinematográficas que incluso podríamos anticipar el final de las secuencias desde su mismo planteamiento.
Pero eso no es tan malo, después de todo la complicidad también sostiene, mucho más cuando se engancha en otra historia que ocurre de manera paralela a aquel viaje. 
Esta estrategia narrativa con la que el director y guionista Stephan Komandarev nos da probaditas del pasado de la familia, sirve para que conozcamos los antecedentes de los personajes y así nos apasionemos con la historia familiar que han compartido.  Cada detalle, cada situación, cada gesto dan cuenta de un amor verdadero y profundo.  Entonces de repente todas estas situaciones de viaje se ven distinta asi como sus protagonistas. Empezamos a entender porque el joven se comporta como un viejo y porque el abuelo ha decidio mantener su espíritu joven a pesar de todas las adversidades. Inevitable no enamorarse de este personaje que decidió seguir asumiendo la vida como una partida de backgamon.

validez que el nieto recuerde pronto y que por favor se acuerde de todo.  Porque una historia como la suya, tan llena de amor y sacrificios de sus padres y abuelos en aras de su felicidad, no puede borrarse con un accidente. No sería justo. 
Así, esta película búlgara navega entre dos historias y  Aunque no es una comedia, utiliza ciertos elementos como el manejo opuesto que se le da a las sicologías de los personajes (convirtiendo al abuelo en el joven y al joven con comportamientos muy adultos).  Este tipo de Pero desde el comienzo esta película tiene un ingrediente extra que la salva de ser otra de tantas películas melodramaticas y de lágrima fácil.   La

Bueno de todas maneras, “El mundo es grande y…” es una película
Con su sabor dulce nos evoca a películas italianas cargadas de situaciones familiares  

jueves, 14 de julio de 2011

TODOS TUS MUERTOS


De repente, una mañana de tantas se transforma en la más importante de todas.  Un campesino se encuentra con un regalo que le han dejado en su terreno: una pila de cadáveres. 
El hecho, que da inicio a la película “Todos tus muertos” y que nos introduce sin más preámbulos en la trama, se presenta como algo aislado en una sociedad pueblerina donde cada quien vela por sus propios intereses.  Y por lo mismo adquiere mayor magnitud a medida que involucra a más personajes para terminar por convertirse en una amenaza para el presente político de unos y para el futuro de los habitantes de aquel pueblo. 
O tal vez no. Tal vez después de tanto alboroto e incertidumbre, la vida siga igual y la indiferencia y la rutina se impongan sobre la adversidad.  Después de todo, así son las dinámicas del tercer mundo, cruzadas por los intereses de unos cuantos que relegan al individuo indefenso o en el peor de los casos convierten a la víctima en victimario.
“Todos tus muertos” es una película que trae la firma de un director que, sin duda, esta vez se compromete más con la supervivencia y el legado.   Después de su primer largo “Perro come perro”, en el que la velocidad, el ruido y la violencia eran explícitas, Carlos Moreno muestra su deseo en dar un paso a la trascendencia y al inconsciente.  
En una película que navega entre la farsa y la comedia negra, Moreno y su guionista Alonso Torres, nos presentan a la muerte (¿o sería más adecuado decir muertes?) como aquello que nos  molesta, nos cerca y nos incomoda.  Y al representarla como muchos cuerpos, ya fríos por supuesto, la muerte deriva en otro significado aún más interesante.  Aquellas cosas que matamos y ocultamos para mantenernos vivos.  Todos cargamos nuestros muertos y en cuanto los hacemos públicos, compartimos culpas y aligeramos crímenes. 
Entonces los cuerpos encontrados por Salvador (Alvaro Rodríguez), y que Moreno tuvo el acierto de crear indefenso, ingenuo y bizco, se convierte en problema suyo, pero también nuestro y de las autoridades que terminan involucrados en “cumplimiento” de su deber. Así la muerte que empieza siendo amenazante, poderosa y confusa adquiere otra tesitura a medida que avanza la historia, convirtiéndose en problemática, pegajosa y ligera.  Al final lo único que todos quieren es deshacerse de esos cuerpos, de la manera que sea y si se puede sacando algún provecho de ellos.  
Todo bajo el sol justiciero del centro del Valle que todo lo ve, y que sofoca, agobia y juzga a los protagonistas castigándolos sin  dejarlos mover de allí, obligándolos a asumir lo que no quieren.  Nadie quiere estar allí y sobre todo, nadie se esfuerza por reconocer esos cuerpos porque al hacerlo vendría la responsabilidad, pero tal vez también la salvación.  

“Todos tus muertos” es una historia impregnada de literatura y Latinoamérica.  En sus secuencias se siente Rulfo, García Márquez y ¿por qué no? Gardeazábal. Una película en donde la luz es fundamental porque todo ocurre, como en las antiguas tragedias griegas “De sol a sol” (entre el amanecer y el atardecer). 
Esto hace que la fotografía a cargo de Diego Jiménez, sea otro elemento narrativo que marca el ritmo y crea tensión a medida que avanza la película.  El trabajo de Jiménez, quien tuvo a favor y en contra al sol de Andalucia fue reconocido en el Festival Internacional de cine de Sundance (el más importante de cine independiente) y le otorgó a “Todos tus muertos” el galardón de mejor cinematografía.
El efecto sofocante dado por el sol omnipresente en todas las secuencias, se complementa con un sonido compuesto por ruidos del campo y también de un pueblo que enfrenta las votaciones locales.  Cada detalle sonoro adquiere la categoría de muy importante y tal vez en esto Moreno descargó demasiada responsabilidad a los espectadores quienes deben permanecer atentos a cada sonido y texto que se oye incluso, en segundo plano, porque todo parece crear el clima propicio para esta historia. Esto incluye noticias que provienen del radio y la televisión, así como conversaciones por celular. Sin duda todo esto fue pensado por un director que estaba interesado en reafirmar la importante del contexto en que se desarrolla la historia, pero esta dosis extra atención y que es  tan indispensable, puede resultar un poco agotadora.
Con todo, “Todos tus muertos” es una de esas películas que dan cuenta de un director que atraviesa un momento creativo interesante y trascendental. Uno que se explora y escucha con los años, que madura con los nuevos roles que le impone la vida. No hay duda que aunque hay elementos similares entre su ópera prima (“Perro come perro”) y ésta, también hay una gran diferencia en la manera de construir sus personajes.  De unos matones que poco o nada pensaban en el más allá, nos encontramos con otros que incluso en la muerte encuentran la esencia para seguir vivos. Y es que solo quien reconoce y asume sus muertos, se mantiene con vida.

miércoles, 22 de junio de 2011

CARANCHO


En el cono sur, Carancho es un tipo de ave que se alimenta de carroña.  Pero también se le llama así a las personas que viven y se gozan de la desgracia ajena. 
Justo así, “Carancho” es el nombre del sexto largometraje dirigido por el argentino Pablo Trapero y que narra la historia de Sosa (RICARDO DARÍN) un abogado cuarentón que por no tener licencia, tiene que dedicarse a un negocio sucio:  Se aprovecha de las victimas de los accidentes de tránsito, demanda a las compañías aseguradoras en su nombre y consigue mucho dinero para ellos y para él.   Es todo un “carancho”.
Pero no es el único, porque a medida que avanza la historia, descubrimos que en Buenos Aires hay muchos como él.  Seres inescrupulosos que viven al acecho de los accidentes para sobrevivir.   Un negocio sucio en el que también existen “mafias” que controlan el mercado y mantienen al margen a todo aquel que se sale de lo pactado.  Entonces gran parte del dinero que consigue el abogado (sin licencia) Sosa se lo quedan los peces gordos, dejándole a él sobras que apenas si le permiten sobrellevar una vida miserable y por ende, solitaria.   
El trabajo de Sosa no precisa horarios, ni lugares exactos.  Lo importante es llegar a las víctimas y convencerlas de que lo mejor que pueden hacer es demandar a la compañía aseguradora y para eso lo tienen a él.  Casi siempre los convence. 
Claro, a veces las cosas no suceden en ese orden. Porque cuando no hay muchos accidentes es cuando Sosa tiene que valerse de sus amigos y conocidos para jugar sucio.  Busca personas a las que les paga para que ocasionen accidentes y así pueda asegurarse con algunas demandas y pesos de más.

Desde la primera secuencia Trapero, nos muestra el panorama argentino de corrupción que envuelve los accidentes de tránsito y lo hace sin tibiezas.  Involucrándonos en un mundo habitado por seres oscuros, vampíricos, inescrupulósos que hacen lo que sea necesario con tal de mantenerse en el negocio de la calle.  Un nuevo tipo de fauna urbana que se sostiene solo sin tener que acudir a las personajes callejeros tercermundistas cliché como prostitutas ni ladrones.
En medio de aquella sordidez y en uno de tantos accidentes, Sosa conoce a Luján una médica drogadicta y solitaria que trabaja en una ambulancia recogiendo heridos. 
Entre los dos surge una relación extraña, oscura y casi desahuciada que termina por enredarse mucho cuando ella descubre los negocios que hace Sosa para mantenerse.  Lo  que en realidad molesta a Luján de su nuevo amor, es que arriesgue la vida de algunas personas solo por conseguir una demanda. 
A pesar de esto, se involucra con él e incluso se convierte en su cómplice de manera un tanto ingenua.  Este cambio repentino de pensar está impulsado (y tal vez justificado) por su arrebato de ánimo justiciero con el que pretende huir de la vida que tanto la agobia.  Entonces no resulta extraño que Luján abrumada por su soledad, por esa miseria que la rodea y por su misma adicción, termine aferrándose a Sosa al punto que pone en riesgo lo único que tiene: su propia vida. 
Pero esta no es una historia de amor.  O tal vez sí pero vista desde el thriller, entonces resulta medida, racional y desesperanzadora.  Justo así está planteada, como un romance que no desborda la razón ni sobrepasa los límites.  Y aunque se percibe el esfuerzo del director por querernos convencer de que aquella es una historia fuerte de amor, no se convence desde la pasión sino desde el sentido práctico en que estar juntos parece ser un mejor negocio que estar solos.
Durante casi dos horas “Carancho” nos sumerge en las calles del distrito de Matanza (del que es oriundo Trapero) y nos involucra tanto que terminamos conociendo a profundidad parte de la idiosincrasia local.  Trapero incluso se aventura a mostrarnos una fiesta de quince años de un sector humilde en una secuencia que me recordó a la narración de Claudia Llosa en “La teta asustada”. De todas maneras el tercer mundo es en todos lados el mismo.

 “Carancho” es desesperanzadoramente amorosa, una  película que nos remueve y cuestiona, pero sobre todo que  nos golpea.  Es el fin de la ingenuidad para quienes creen que falta algún lugar para ser impregnado por la corrupción, para quienes creen que en el cono sur las cosas sin diferentes.  
Aunque tiene acción y tensión, su final carece de sorpresa.  Una bofetada para quienes todavía sueñan con salirse de la corrupción.   

martes, 14 de junio de 2011

KAREN LLORA EN UN BUS


El cine colombiano parece estar polarizado. Por un lado están las producciones chistositas, mediocres y repetidas, que llenan las salas, y por el otro están las películas que presumen haber pasado por festivales internacionales y que aseguran no piensan en la taquilla.
“Karen llora en un bus” es una de esas películas que entró a la cartelera colombiana en silencio.  Sin grandes anuncios ni crear mayores expectativas fue puesta en las salas y de esta misma manera ha transitado,  desapercibida para la gran mayoría.   Una situación a la que le vienen perfectas las lágrimas de Karen (su protagonista), que llora quedito en un transmilenio sin esperar que nadie la ayude, implorando que nadie la mire.  Que curiosidad.   Pero esta abnegación no está bien.  No es correcto que en este país la discriminación llegue hasta el cine.
El mercadeo parecen haberse convertido en la mejor arma con que cuentan muchas producciones nacionales, comedias en su gran mayoría, que tienen que prevenir con publicidad lo que no curan en la pantalla.
El resultado siempre es el mismo.  Vemos una y otra vez anunciadas películas con las mismas tramas pero con nombres diferentes. Largometrajes hechos con el único propósito de recuperar la inversión apostando por personajes, situaciones y chistes predecibles y hasta repetidos.  De esta forma se instalan en las taquillas muchas semanas en las salas esperando la asistencia  de un público que asiste atraído más por la publicidad que por la calidad.
Todo se vale con tal que el colombiano consuma productos nacionales y el cine, entre ellos.  Pero este principio de lógica no es acatado por todos los productores.  Por increíble que parezca siguen existiendo aquellos que se conforman solo con invertir muchos, muchísimos, millones en sus película y dejan solo un cifra mínima para la publicidad.  Concentrados, tal vez, solo en llegar a los festivales y en seducir públicos “diferentes”, olvidan que también de la taquilla viven las películas.  De ahí la importancia de promocionarlas, por mínima ley de supervivencia.

Pero con todo y eso hay películas que tan solo aparecen, como “Karen llora en un bus”, que narra la historia de Karen (Angela Carrizosa), que a los treinta y tantos años decide separarse de su marido. A partir de ese momento tiene que arreglárselas para sobrevivir en un cuarto de una pensión del barrio La candelaria, buscando trabajo y construyendo un nuevo universo.
La película escrita y dirigida por  el bogotano Gabriel Rojas tiene a su favor la intención de abordar un tema diferente a los narcotraficantes, los asesinos y los pícaros.  Al centrarse en un conflicto simple, Rojas se toma su tiempo para narrarlos los pequeños grandes pasos que da esta mujer que intenta abrirse una nueva vida como individuo. 
Bien por este tipo de propuestas argumentales que dan cuenta de personajes “invisibles” pero allegados a nuestro día a día.  En este transitar cotidiano, Rojas convierte al centro capitalino en testigo y escenario y se la juega por una suerte de documental, al colocar la cámara lejos y dejar que la protagonista interactúe con los seres del común, tal vez sin que ellos lo perciban.  Algo así como cámara escondida, pero sin chiste.
Pero en su posición frente al tema central,  Rojas es más directo y tal vez un tanto predecible, al mostrar que Karen vive una relación matrimonial fría, distante e indiferente.   Con silencios y miradas esquivas, reitera escena, tras escena que Karen no es feliz. Nos lo deja claro sí, pero no hace falta ser tan evidente.  Es verdad que el público necesita reconocer a su protagonista e identificarse con él, pero a veces también es interesante permitirle (al público) que  tienda esos nexos con naturalidad.
Entonces Karen, que tiene a la infelicidad como el mayor de sus motivos,  huye de su hogar en una primera secuencia, que resulta similar a la de la película española “Te doy mis ojos”.  Pero, claro, hay que decirlo esta secuencia va en perfecta concordancia con la final.
Al llegar a vivir al centro, Karen conoce a una peluquera que termina convirtiéndose en su amiga y gracias a ella, tal vez, empieza a reencontrarse con su esencia femenina.  Y entre tanto la búsqueda de la vida, el aprender a bañarse con agua fría, el mentir para poder comer y hasta un nuevo proyecto de amor.
La historia que según Rojas, nació de su inquietud de saber que pasaría con el personaje de Nora (Casa de Muñecas, Henry Ibsen) una vez salía de su casa, resulta ser buen intento.  Porque tal como está “Karen llora en un bus” es una historia que carece por completo de tensión dramática.  Si ponemos los ojos en la obra de Ibsen, la tensión siempre está presente en que su marido puede recibir la carta que revela la verdad sobre “su” Nora, pero aquí no existe ningún elemento dramático que nos mantenga a la expectativa ni que nos enganche a la silla.
A pesar de la racionalidad de las acciones de su protagonista, los diálogos tan “sensatos” y carentes de color, y los personajes que se quedaron en boceto,  “Karen llora en bus” es una película colombiana que bien vale la pena ver.  Y no por aquello de que usted se vaya a reconocer, sino porque este tipo de historias también pueden contarse.  

martes, 7 de junio de 2011

CONOCERÁS AL HOMBRE DE TUS SUEÑOS


Woody Allen es uno de esos directores que siempre tiene algo más que decir.  Y de eso dan fe sus cuarenta  y tantas películas, en las que se ha permitido decir una y otra vez lo mismo de una manera diferente o tal vez de la misma. Pero que más da.
Él es uno de esos directores con lo que podemos casi ir a la fija,  estando seguros de algo:  Sin importar lo repetidas que pueden parecen sus anécdotas ni sus personajes recurrentes, Allen siempre nos dará algo nuevo con lo que podremos engancharnos. 
Esto es consecuencia de la más admirable de sus destrezas, esa astucia narrativa le ha permitido asumir temas como la crisis matrimonial, la monotonía, la infidelidad, el enamoramiento y el destino, hasta el cansancio. 

“Conocerás al hombre de tus sueños” narra cuatro historias que ocurren dentro de una misma familia.  Como ya es costumbre, Allen nos sumerge en su relato desde la primera secuencia con un narrador que nos ubica dentro del momento preciso en que empieza todo. Ese recurso de contarnos la película como si se tratara de un cuento es típico del director newyorkino y así asegura  que no nos perderemos nada y que al final recibiremos un mensaje. 
Entonces conocemos a Helena (Gemma Jones), una mujer mayor que acabada de ser dejada por su esposo de toda la vida.  En medio de su tristeza, consulta una adivina llamada Cristal que la tranquiliza asegurándole que muy pronto encontrará otro amor. Desde ese momento Helena crea una relación adictiva con Cristal a quien le consulta todo y obedece sin duda alguna.
Mientras tanto Alfie (Anthony Hopkins), el exmarido parece pasarla muy bien. Acaba de casarse con una “actriz” de dudoso linaje, a la que le lleva treinta años. En este intento desesperado por recuperar los años idos,  Alfie gasta más de lo que puede y, claro,  toma viagra para mantener a esa guapa mujer junto a él.
Sally (Naomi Watts) es hija de ambos y acaba de empezar a trabajar en una galería de arte con Greg (Antonio Banderas) como jefe.  A pesar de estar casada, no puede evitar sentirse atraída en silencio por este hombre a quien encuentra triunfador, refinado y detallista. Algo que su marido hace mucho tiempo no es.
El marido es Roy (Josh Brolin) un médico de profesión pero escritor de alma y oficio, que se aferra a su pasado glorioso de best-seller.   Pero en la realidad, Roy no es un escritor atractivo para los editores, quienes lo rechazan sin mucha consideración.  Sin embargo insiste una y otra vez con lo mismo, mientras sueña con una mujer que vive enfrente y que siempre se viste de rojo.   Con tanto en la cabeza, Greg no presta atención a los reclamos justificados de Sally que le pide estabilidad económica y un hijo.


Con estas tramas tenemos servida la mesa para deleitarnos con una película que tiene a Londres por escenario aunque bien podría ocurrir en New York, Venecia, Paris o Roma. 
Eso en realidad no importa sino que nos resulta cercana y familiar, gracias a esos personajes divertidos y desesperantes, que ya reconocemos de producciones anteriores.  La mujer infeliz, el fracasado al acecho del éxito, el hombre mayor en busca de juventud, la adivina y la mujer atractiva, hacen parte de ese grupo de seres que rondan y agobian al Allen guionista y director.
Pero si los personajes son importante, mucho más quien los encarna.  Por eso  Allen se da el lujo de escoger a su antojo, sin presionarse demasiado porque como bien dijo una vez “Contrato a gente valiosa y ellos tienen su propio camino.  Ellos eran excelentes actores antes de trabajar conmigo, demuestran su talento en mis proyectos y continúan así al enrolarse en cintas con otros directores”.
Así, actuar para Woody Allen se ha convertido un privilegio que ninguno quiere perderse. Helena Boham Carter, Alan Alda, Jonathan Rhes Meyer, Edward Norton, Helen Hunt, Javier Bardem  son algunos de los que han pasado por sus manos.  Y pronto veremos a Carla Bruni en “Medianoche en Paris”, película que acaba de presentar en Cannes.

A simple vista pareciera como “Conocerás al hombre de tus sueños” es una historia de siempre.  Pero esos toques de actualidad, esa mirada ácida al fracaso y esa burla al enamoramiento furtivo, la convierten en una historia diferente.
Es ante todo, una película llena de esperanza que muestra lo bonito de volver a empezar.