domingo, 31 de octubre de 2010

CAMPANITA ANTES DE PETER PAN


Resulta extraño ver a Campanita sin Peter Pan. Saber independiente a un personaje que desde 1954 se nos presentó a su lado, dispuesta a ayudarlo en lo que él necesitara.  Pero desde aquella primera versión de “Peter Pan”, él siempre la mantuvo al margen y ella asumió con gusto el rol de ayudante de vuelo y de celosa de turno. Esa fue la Campanita que todos conocimos en la película producida por Walt Disney y que estaba inspirada en el cuento escrito en 1904 por el  escocés James M. Barrie. 
Con el paso de los años, la película se convirtió en un clásico para los adultos, pero no logró conquistar nuevos espectadores.  Tal vez la  historia del niño que no quiere crecer resultó ser poco atractiva o fueron intimidados por el renombrado síndrome de Peter Pan. Hay que decirlo, la ocurrencia de los sicólogos de utilizar su nombre para referirse a los hombre inmaduros terminó de arruinar la poca reputación que le quedaba al pobre Peter. 
Ante semejante panorama, los creativos de Disney hicieron leña del árbol caído y apostaron por quien, estaban seguros, sería un éxito comercial y se la jugaron por Campanita.  Eso sí se cuidaron de no ponerla junto a  Peter Pan  y de pronto el hada se convirtió en protagonista.
Fue un riesgo controlado porque en lugar de aventurarse a contar la historia de Campanita después Peter Pan,  prefirieron mostrarnos su pasado. De repente  la vida del hada antes de caer en manos del eterno niño, resulto no solo ser interesante sino también un gran acierto. No solo por las cifras sino también por el fin altruista de salvar un personaje que estaba condenado a desaparecer de los referentes infantiles,
La saga de hadas propuesta por Disney Fairy, empezó en el 2008 con “Thinker bell” , siguió con “Thinker bell y el tesoro perdido” y ahora llega con  “Thinker Bell y el rescate de las hadas”.   Las tres películas muestran que  Campanita no siempre fue insegura, acomplejada y vengativa.  Antes era un hada aventurera, independiente y divertida.

Dirigida por Bradley Raymond, ( “El Rey león 1 ½”,  “El Jorobado de Notre Dame”, “Pocahontas 2”) “Thinkerbell y el rescate de las hadas” se sobrepone al estigma de ser solo una película para niñas contada con bellas imágenes.  La historia transcurre a comienzos del siglo pasado, en una casa de campo donde viven un padre y una hija. La soledad que rodea a la pequeña es tal, que ella se acompaña solo por los dibujos de las hadas en las que cree ciegamente.  El padre, un científico coleccionista de mariposas, siempre está demasiado ocupado para dedicarle tiempo a su hija. Pero ella no se lo reprocha y conserva la esperanza de llegar a ser algún día como él. Mientras tanto, construye una casita diminuta en la que espera poder hospedar algún día a un hada de verdad. 
Cerca de allí está la colonia de hadas, que al igual que las abejas, trabajan sin descanso. Un lugar habitado y gobernado solo por mujeres y un par de duendes que obedecen sus caprichos y se encargan del trabajo muy pesado. Gracias a las hadas las mariposas son de colores, los años tienen estaciones  y después de la lluvia y el sol, sale el arco iris. En este universo perfecto y coordinado,  Campanita es conocida por  reparar todo lo dañado pero también por ser la más curiosa. Y es esta cualidad la que la lleva a quedar encerrada en la casa hecha por la niña.  De allí a la habitación de la niña, solo hay un paso y cuando menos se lo imagina, Campanita se ve atrapada.
A partir de este evento, la película nos muestra la construcción de una amistad que se afianza con dibujos, sonrisas y clases de vuelo dentro de la habitación. Una dinámica que contrasta con la incomunicación y la falta de atención que el padre manifiesta hacia su pequeña. Ante la ausencia de Campanita, las otras hadas se proponen rescatarla y sin dudarlo se lanzan en una búsqueda que mantiene a los espectadores atentos y expectantes. Así de entretenida es “Thinker Bell y el rescate de las hadas”, una historia producida por John Lasseter (“Toy story” “Buscando a Nemo”  y “Up”), quien conoce la fórmula para conseguir  películas divertidas en las que domina una historia redonda, bien desarrollada y donde cada elemento puesto tiene su razón que conserva su tensión entre la acción, la ternura y la aventura.   
Películas como esta demuestran una vez más que no es necesario acudir a promesas inexactas ni premisas reforzadas para cautivar al espectador. Basta con exponer situaciones creíbles y que cumplan con su propósito de informar pero que también de fortalecezcan la trama.  Como el hecho de que el papá científico se encapricha con un hada convencido de que se trata de una extraña mariposa o que el rescate se realice en una noche de lluvia, cuando las hadas no pueden volar.
Aquí no hay nada de decepción y el espectador permanece atento para ver la resolución de un conflicto que resulta creíble y cotidiano. ¿Qué más cercano que el abandono al que los padres someten a los hijos en nombre del trabajo?
Como es de esperarse, el final es el esperado. Emotivo, bien contado y con moraleja. Y aunque es poco sorpresivo, deja satisfechos a personajes y espectadores que observan complacidos como todos cumplan su deseo: La niña logra volar con las hadas y le demuestra a su papá que ellas existen, mientras que Campanita consigue unir a esta niña con su padre. Y claro,  las hadas ejecutan un rescate perfecto.
Por eso es que “Thinker Bell y el rescate de las hadas” no es exclusiva para niñas y nos engancha  a todos por igual aunque los personajes sean hadas y todo se resuelvan de manera feminista. 

lunes, 25 de octubre de 2010

Cuando el escritor dirige


El pecado de la lujuria condena a los amantes a morir calcinados. Pero el castigo no es propinado por Dios sino por la hija adolescente de ella, que al ver que su madre traiciona a su padre con otro, prepara una venganza.  El plan, con el que la joven pretende escarmentar, se convierte en tragedia al cobrar las vidas de su madre y del hombre que la acompaña.  Pero este no es el final del romance, al contrario  la tragedia, que para todos aparece como un accidente, crea una profunda herida en las familias de los amantes (los dos eran casados) y como una especie de maldición, enlaza sus destinos para siempre.
Este es el detonante de la historia “Lejos de la tierra quemada” (The burning plain), ópera prima del mexicano Guillermo Arriaga, quien después de once años de ejercer como guionista, se lanza a la dirección. Desde sus inicios, su trabajo como guionista llamó la atención del público y la crítica que encontró en las películas “Amores perros”, “21 gramos” y “Babel”, dirigidas por su compatriota Alejandro González Iñarritu, propuestas narrativas inteligentes.
Durante varios años Arriaga y González  formaron un equipo productivo,  talentoso y bien articulado que funcionó a la perfección.  Arriaga escribía, y reescribía las veces necesarias hasta lograr guiones impecables y González se tomaba su tiempo para rodarlos, enriqueciéndolos con su perspectiva audiovisual y actores bien dirigidos. 
La dinámica arrojó buenos resultados desde el comienzo, y con “Amores perros” los mexicanos fueron alabados, nominados y galardonados en diferentes festivales de cine. El estilo narrativo propuesto por el dúo dio un giro al movimiento cinematográfico latinoamericano y a la vez, les garantizó la entrada a la gran industria. Entonces vinieron “21 gramos” y “Babel” con las que completaron la llamada “Trilogía de la muerte” y que tuvo como actores a  Sean Peen, Naomi Watts, Brad Pitt y  Cate Blanch.

Los artificios de construcción narrativa  empezaron  a ser reconocibles en sus historias que narraban las vidas de personajes que se unen de manera indirecta por detonantes comunes que los transforman para siempre.   Ese fue el estilo que construyeron juntos, cuando eran unidos y que se convirtió en la manzana de la discordia en el 2006, al finalizar “Babel”.
La pelea comenzó cuando Guillermo Arriaga aseguró que el éxito de las películas de González estaba en la complejidad narrativa de las historias que eran solo de su autoría.  Palabras más, palabras menos, dijo que sin él “Amores perros”, “21 gramos” y “Babel” no hubieran tenido el alcance que tuvieron.  El director Alejandro González también dijo lo suyo, y la amistad, la complicidad y todo lo demás terminó entre los dos.  Cada uno emprendió proyectos diferentes acompañados por nuevos amigos y equipos de producción. 
Sin embargo, deshacerse de la influencia del otro con el que se ha compartido tanto no es fácil, menos cuando se existe una voz colectiva representada en tres películas. Pero después de la pelea,  la suerte estaba echada y Guillermo Arriaga pensó que si era capaz de crear en buenas historias en papel, dirigir sería lo de menos.
Así se aventuró a hacer “Lejos de la tierra quemada”, una película contada en cuatro momentos históricos distintos pero narrados en momentos simultáneos. Al igual que en sus guiones anteriores, Arriaga rescata su compleja construcción de estructuras pero esta vez también jugó con el tiempo.  La historia que tiene como detonante la muerte, se convierte en una especie de Romeo y Julieta que se mezcla con el futuro lleno de olvido y el pasado cargado de amor tormentoso.  En lugar de la muerte, Arriaga utiliza la autoflagelación y la promiscuidad como una forma de manera de sobrevivir al olvido.  Y las cicatrices que marcan la piel de sus protagonistas solo les recuerda sus guerras, sus triunfos y sus derrotas del pasado. 
Respaldado por su oficio de escritor, que también lo ha llevado incursionar en la literatura, Arriaga se fija un tema en su cabeza y conforme a él construye con rigurosidad a sus personajes que deja encara con conflictos certeros para que defiendan y reaccionen.  En “Lejos de la tierra quemada” encontramos a dos personajes, interpretadas por Kim Bassinger y Charlize Theron, que son arrastradas y consumidas por relaciones tormentosas. Para ellas, el amor no es un alivio sino una condena que tienen que pagar para hallar el sentido de sus vidas. 
Esta lucha le es familiar a Arriaga, pues durante la producción de esta película  tuvo que enfrentarse con el fantasma y con la presencia omnipresente de su antiguo amigo y director. Pese a la minuciosidad y el empeño de Arriaga, “Lejos de la tierra quemada” parece ser otra de las películas de González-Iñarritu.  Entonces cabe preguntarse, ¿Los buenos guionistas pueden orquestar todo desde el papel para lograr películas maravillosas? Porque si es así, el argumento planteado por Arriaga cuando reclamó la autoría de las películas de González, sería legítimo.
Pero cuál es el papel de los directores frente a un guión. ¿Cómo imprimirle un sello de autoría sin pasarse por encima la estructura planteada por el escritor?
¿Acaso los directores solo son unos instrumentistas de la partitura ajena? El debate queda abierto y desde esa óptica no debería extrañarnos que “Lejos de la tierra quemada”, se parezca un poco a “21 gramos” y a “Babel”, porque de alguna manera, fueron hechas por él.
Pero aunque así fuera, hay que decirlo, la película es buena pero es un poco más de lo mismo.  La historia se plantea con una estética en la que los paisajes desérticos de la frontera y los planos estáticos dan el tono que se potencian con  pocos diálogos. 
Un estilo conocido, bastaste manoseado por los directores latinos como respuesta al legado  maligno de la televisión con sus escenas llenas de diálogos, su cámara quieta y el cero montaje. La forma no es propia de los directores instalados en Hollywood, sino que también ha ido perneando a la nueva generación que se encuentra  del río Bravo para abajo. 

viernes, 15 de octubre de 2010

La maternidad no se escoge...


Las mujeres se relacionan de manera apasionada, mucho más si se tratan entre ellas. Los sentimientos, o tal vez las hormonas, hacen que bajo la complicidad, las sonrisas y los abrazos, corran las turbias aguas de la rivalidad, la envidia y la competencia.  Esta complejidad afectiva  empieza en la cuna y se afianza con  la vida a través de la relación con la madre. Un vínculo labrado con sentimientos intensos y leales pero también cargado de recriminaciones,  cuestionamientos y aprobación. 
Con el título de “mamá”, las hijas entran a una nueva dimensión de la vida, despiertan a un sentimiento desconocido y  obtienen una óptica distinta del entorno, del ayer y del futuro. Empiezan a ver a las madres con otros ojos pero  pocas veces los lazos enrevesados se transforman. No se puede renunciar al rol filial. Tampoco al maternal.
Toda esta complejidad afectiva es mostrada con realismo y cotidianidad por el director colombiano Rodrigo García en su película “Madre e Hija”,  con la que reafirma su pasión por las mujeres que lo ha guiado siempre.  Desde sus anteriores  largometrajes  “Nueve vidas” y  “Cosas que diría con solo mirarla”, Garcia  empezó a internarse en terrenos femeninos para mostrar sus conflictos más íntimos de una manera conmovedora a través de una narrativa particular. 
Él es de los que prefiere abordar los temas desde distintas ópticas, con historias aparentemente inconexas y al final, siempre encuentra la manera de unirlas.  En su estilo hay un poco de los directores Alejandro González Iñarritu (“Amores Perros”, “Babel”, “21 gramos”), Guillermo del Toro (“El laberinto del fauno”) y del guionista Carlos Cuarón ( “Y tu mamá también”, “Solo con tu pareja”) con quienes ha trabajado en algunos proyectos, pero también hay mucho de su experiencia en televisión como guionista y director de varios  capítulos de series de televisión para canales privados como “Seis grados de separación”, “In treatment”, “Big Love” y también en “Los Sopranos” “Six feet under”  por mencionar algunos. Sí, allá también algunos directores de cine viven  de hacer tele.
El oficio de la televisión le ha dado la destreza de utilizar las escenas como unidades dramáticas independientes, sacando mayor provecho de los actores a quienes ha dirigido muy bien.  Atraídos, tal vez, por la fortaleza de su historias o por el nombre que el director se ha hecho en el medio, primero como fotógrafo, después como guionista y director, García se ha permitido invitar a primeros actores a trabajar con él cambio de casi nada.
Por sus manos han pasado figuras como Cameron Díaz,  Holly Hunter y Gleen Close y en “Madre e Hija” cuenta con  Annette Being, Samuel L. Jackson y Naomi Watts, entre otros.
Los actores son un componente más de las películas porque la chispa divina que dota de vida a una obra solo puede ser aportada por el autor que expone su manera de ver la vida.  Rodrigo García es de esos directores a los que le sobra corazón, talento y disciplina.  Su sensibilidad, que exhibe con secuencias y diálogos, empieza en la escritura desde donde concibe personajes complejos y ambivalentes.
En “Madre hija” nos cuenta la historias paralelas de tres mujeres que viven en Los Ángeles.  Karen (Annette Being) tiene 51 años y vive con su madre con quien mantiene una relación más resignada que armónica.  Ella no tiene amigos y su amargura está sustentada en una decisión equivocada tomada en el pasado.  A sus catorce años, guiada por la madre renunció a ejercer su maternidad y dio  a su hija en adopción.  Para lidiar con su desazón, Karen escribe cartas a su hija esperando que algún día pueda encontrarla y vigila su entorno, defendiéndose  con los dientes de aquellos que quieran acercársele.
Entre tanto conocemos la historia de Elizabeth (Naomi Watts), la hija que creció en un hogar adoptivo y que es exitosa a sus 37.  El abandono de sus padres, la convirtió en una mujer racional y pragmática que consigue lo que se propone incluyendo los hombres que mete a su cama. Ella solo vive para su profesión, los hijos y el matrimonio están fuera de sus planes.  Tanto que a sus 17 se hizo ligar las trompas para no quedar embarazada. 
Y por último nos presentan a Lucy (Kerry Washington), quien ante la impedimento biológico de ser madre, quiere adoptar un hijo para alcanzar la felicidad que a ella y su marido les es esquiva.   Ella se esfuerza por tener la aprobación de sus suegros y claro de su mamá, para que ese bebé sea bien recibido.  En este proceso aparece una joven embarazada que está dispuesta a dar a su hijo en adopción, quien es cuestionada por su madre sobre la decisión que quiere tomar. 
Madres ausentes, esquivas, protectoras, culpables frente a hijas indiferentes, frustradas y efímeras. Distintas pero unidas por un nexo que no termina con la muerte.

Así es “Madre e hija”, un auténtico melodrama pletórico de sentimientos femeninos que ocurre en pocos escenarios y narrado con imágenes que tienen la capacidad de generar cambios en sus protagonistas.  Sin caer en estereotipos ni en conductas típicas, las protagonistas de esta película transitan por sus vidas guiadas por un pálpito que aún no terminan de entender y que se llama instinto materno.  Y mientras combaten su anhelo y su tristeza, actúan, se  equivocan y reaccionan, y reciben conforme a lo que la naturaleza y el destino tiene  para darles. Todo unido con los mismos acordes emotivos que tienen la virtud de despertar distintos sensaciones según la escena.
Rodrigo García no se queda con nada y no duda en sorprender con lo impensable  a sus protagonistas para  hacerlas reaccionar frente a la vida.  Y llevarlas a  su esencia y a victorias agridulces.
Aunque para muchos las películas de García son un poco desesperanzadoras no pueden negar la profundidad y honestidad con las que han sido hechas. Son historias narradas desde el corazón de un autor que se ha zambullido en el género femenino con humildad y respeto para conseguir películas sabias.







domingo, 10 de octubre de 2010

NI SE COME, NI SE REZA NI SE AMA

Algunos años atrás, la escritora norteamericana Elizabeth Gilbert se separó de su marido y emprendió un viaje con el que se propuso reencontrase como mujer y autora.  Su ruta de auto-conocimiento fue marcada por tres países cuyos nombres empiezan con la letra I (primera persona en el inglés): Italia, India e Indonesia, en los que la autora pretendía hallar las coordenadas extraviadas de su vida y superar la depresión.  Al cabo de un año de libertad y de cumplir sus propósitos banales, la escritora se concentró y  narró, hasta el más mínimo detalle de su periplo en su libro llamado “Comer, rezar, amar”. El texto escrito en primera persona es informal y anecdótico,  una especie de diario femenino con algunos datos históricos, consejos gastronómicos y unos cuantos guiños de mística y romanticismo. 
La  novela de no ficción, catalogada por algunos críticos como un libro de autoayuda y superación, se convirtió en el preferido de aquellas mujeres que veían en Gilbert, la valentía que a ellas les faltaba.
Muy pronto se convirtió en un best seller y, cuatro años después de su publicación, lleva seis millones de ejemplares vendidos y ha sido traducido a más de 40 lenguas distintas.
Entonces no es de extrañarse que Hollywood haya comprado los derechos del libro para convertirlo en una película. Mucho más con el boom de películas de mujeres que viajan al encuentro del amor, que se ha impuesto en los últimos años, como “Bajo el sol de la Toscana”, “Sex and the city 2” y la reciente “Cartas a Julieta”.
 El grupo de productores, entre los cuales está Brad Pitt, invirtió 60 millones de dólares y contrató una nómina de lujo que incluía a Julia Roberts y a  Javier Bardem, y emprendieron el viaje que los llevó por Estados Unidos,  Italia, India e Indonesia.  
La película fue dirigida por Ryan Murphy, director de televisión de series como Nip & Tuck y Glee, quien también se encargó de adaptar el libro ayudado por otra guionista del medio.  El resultado pudo ser mejor. porque en su afán de abarcar los detalles geográficos y visuales de los tres países, los libretistas se quedaron en la narración superficial de anécdotas y chistes que no alcanzan para clasificarla como comedia romántica.
Este es uno de los riesgos velados de la adaptación: siempre existe el peligro de perder la voz del autor y en la película “Comer, Rezar, Amar” se extravió la posibilidad de escuchar los pocos pero brillantes momentos de reflexión femeninos que Gilbert consigue en su libro,  así como su percepción de los países y de las dinámicas culturales de sus habitantes.
Durante dos horas veinte minutos, la protagonista, sin hacer mayores reflexiones y sin ningún objetivo claro, va de un país a otro guiada por su espíritu inquieto que no termina de hallarse. De la misma manera encontramos escenas y acciones que, si bien están sustentadas en el libro, parecen sacadas de la manga y no agregan ninguna información relevante a la película.
Entonces después de un año de viaje, no presenciamos en ella ningún cambio dramático perceptible.  Pero si aceptamos la licencia de que es una historia basada en un libro de no ficción entonces, en teoría, el personaje no necesariamente debería cambiar. 
La diferencia radica en que estamos frente a una película de ficción y en éste género los personajes deberían evolucionar de alguna manera, al menos en su interior. Mucho más en este tipo de película, en cuyo planteamiento nos presentan a una mujer que se declara infeliz con la vida que vive y que anuncia que hará un viaje para encontrarse. La promesa no se cumple del todo y el conflicto se resuelve con tibiezas.   
Tal como está contada, la historia se reduce a ser una guía de viaje que no admite momentos íntimos y esquiva las preguntas existenciales de su autora original. Una película con buena fotografía, poca narrativa cinematográfica, bastante dramaturgia televisiva llena de diálogos y nada de introspección. Además de personajes secundarios en los que no tampoco se ahonda y que  se muestran irrelevantes y gratuitos. 
La química entre Julia Roberts y Javier Bardem es tangible y logran escenas emotivas y armónicas.  En su momento, Roberts dijo haber aceptado el papel guiada por su instinto y no pensando en el éxito o fracaso comercial que ésta película podría llegar a ser. Y al terminar la filmación, la actriz declaró que haber estado en la India, le había cambiado la visión de su vida. 
A pesar de ser una película entretenida y de haber sido anunciada como una maravilla, en “Comer, Rezar, Amar” no se come nada raro, no se reza tanto y el romance tampoco se convierte en amor.  Esta ambigüedad condenó la cinta y dejó insatisfechos a los lectores y productores que esperaban mucho más: los primeros más historia, los segundos más taquilla.  Una vez más queda demostrado que una pareja no garantiza el éxito y que menos es mejor.  

domingo, 3 de octubre de 2010

Que la luz no te detenga


Un día mientras aguardaba ansioso en el semáforo, Rubén Mendoza se puso a pensar que a los vendedores, limpia-vidrios, malabaristas y al resto de los habilidosos maestros del rebusque, les convendría que la luz  roja durara más. La  idea quedó allí y, con los años,  se transformo en  anécdota y  después en el argumento de una película poderosa.  Poderosa, esa sería una buena palabra para definir a “La sociedad del semáforo”. Una historia construida con imágenes y personajes tan arraigadas a nuestra cotidianidad, que se cuelan en la memoria y transforman para siempre la manera de mirar a los habitantes de la calle .
Una realidad tan destemplada como incuestionable: Ese borroso boceto que trazamos  en nuestro imaginario sobre una vida de miseria,  resulta infantil ante la ferocidad  que domina allá afuera y donde sólo existe el hoy.  Con todo lo que eso significa: comer lo que se encuentre, encontrar donde dormir, escapar a los policías y defenderse con los dientes. 
Pero Rubén Mendoza, nos arranca la venda y con “La sociedad del semáforo” nos avienta de cabeza en la dinámica callejera con cobijas de cartón y el delirio de las drogas.  
Que no se preste para confusiones, ésta no es una película experimental ni caótica y tampoco se trata de un documental,  mucho menos de un docudrama.  Es ficción pura, escrita por el puño de un director trabajador, irreverente, propositito y académico. Su paso, primero por Universidad Nacional en Bogotá y después por escuelas e institutos de Canadá, Francia y Cuba, lo orientaron en su oficio de escribir y dirigir. Pero su voz la hallaría en su producción y bajo su propio yugo. Desde el 2005, Mendoza se propuso la tarea de realizar un cortometraje por año:  “La Cerca”, “El Reino animal”, “La casa por la ventana” y  “El corazón de la Mancha” 
Con las producciones consiguió premios y reconocimientos internacionales y decantó su estilo narrativo.  Largas secuencias, personajes intrincados, diálogos reveladores y escenas que muestran, sin asomo de censura, las necesidades primarias saciadas de la manera más salvaje.
La propuesta cinematográfica de Rubén Mendoza es procaz, desparpajada y arrojada como él.  A  sus treinta años, se ha curtido con la vida y se ha guiado por su instinto y química. Trabaja con su grupo de amigos más que con estrellas del medio, porque “ellos lo entienden más” y cuenta las cosas como van, sin importarle quedar bien con nadie ni agradar al público o la crítica. La suya no es una postura fabricada  y eso se nota en su manera de expresarse.   
En “La Sociedad del semáforo” Mendoza muestra la calle como va, sin caer en personajes estereotipos ni en lo que se supone debe ser la pobreza ni en los chistecitos que suelen usar algunos directores nacionales para sublimar la desolación de los  miserables.  El resultado de un proceso largo de observación que llevó al  bogotano a tomar notas diarias de las diferentes  escenas que encontraba en los semáforos de varias ciudades.
Los papelitos en los que consignaba sus hallazgos llenaron las paredes de su casa y gestaron el universo y el conflicto que le dio origen a la película. El argumento, o al menos su inicio, estaba claro. Contaría la historia de Raúl, un reciclador desplazado del Chocó que en un arrebato de altruismo se propone alterar la duración del semáforo del centro de Bogotá.
Al igual que su protagonista, a Mendoza les gustan los retos y emprendió su búsqueda fuera de las cámaras.  El instinto le decía  que ningún actor de televisión ni  de teatro podría trasmitir lo que él había escrito y por esto, se lanzó a hacer casting sui generis.
La convocatoria, con la que trataba a los actores de televisión como una plaga, les advertía mantenerse a metros, empezó en los buses de Bogotá.  Desde allí se invitaba a todos aquellos que quisieran actuar en la película para que hicieran una prueba. El llamado fue atendido por más de 600 personas que asistieron al Parque Nacional de Bogotá en busca de sus cinco minutos de fama.
La química marcó la escogencia de actores naturales y acompañado con sus amigos,  empezó el rodaje de un guión que cambiaba cada día de acuerdo a lo que se presentaba y a lo que escuchaba de sus protagonistas. Por eso la historia incomoda, talla y revuelve el estómago, porque enseña la sustancia de  la calle, la que es común en nuestras ciudades tercermundistas. El asfalto alberga todo, la traición, la demencia y el delirio que se confunden con el sexo, los animales y la muerte.    
Los días  y las noches que avanzan lento bajo el efecto y el sopor de la droga, son interminables para los solitarios que encuentran en sus compañeros de esquina una familia.  Mientras se unen para reclamar la atención de los demás seres, tan humanos como ellos pero que son distintos por ir en carros y pasar de largo. Los protagonistas se unen en tres intentos desesperados por hacerse ver y oír, pero no sirve de nada. Siguen siendo incómodos para los que tienen que detenerse allí, pero muy útiles para las autoridades que sacan provecho de todo. Conveniente paradoja.
Y al final un viaje al origen, al Boyacá de Mendoza, para reencontrarse con el seno familiar. En medio del verde, toda esperanza se disuelve y se comprueba que se ha cargado con una vida indeseable, sabiéndose muerto para la familia. Muertos para la sociedad que pasa de largo en los semáforos pero visibles para este director libérrimo.