martes, 31 de mayo de 2011

LA CHICA DE LA CAPA ROJA


Cada que exhiben sus películas, productores y directores se convierten en presa fácil de las críticas. No solo de los especialistas sino  también de un público, más audiovisual que cinéfilo, que con el paso de los días ha aprendido a ser menos conformista.  Bien por ellos, por los criticones, que se arriesgan a decir que una película les aburre o que pudo haberse hecho mejor.
Por supuesto, los espectadores tenemos el derecho de ver buenas películas.  Aunque este, por ratos, parezca ser un privilegio.  Lo bueno es que en este “mundo democrático”, los que hacen las películas también tienen sus licencias y cometen errores.  Lo malo es que estas equivocaciones pueden condenar a una película al fracaso o que es lo mismo, a una taquilla fría. 
Muchos factores son determinantes, el reparto, la actuación, la dirección y el montaje. Pero si hay algo en lo que los productores  invierten muchas horas de su trabajo, es en la escogencia de la historia. 
Muchos coinciden al decir que si hay un buen guión, ya se tiene la mitad de la película. Aunque no es una constante, porque hasta los buenas historias pueden perderse con una mala dirección.
A la hora de escoger un argumento el dilema siempre es el mismo: Irse por una  historia original lo cual le garantiza cierta libertad o la adaptación, lo que bien podría ofrecerle alguna tranquilidad de caminar por el terreno seguro del camino que otros ya emprendieron
Lo cierto es que decidirse a contar una historia reconocida, además de ser un acto supremo de confianza, es uno de los mayores retos que puede ponerse un quipo de producción.  Intentar seducir y mantener atento a un espectador que antes de empezar la película ya conoce la anécdota mejor tan bien como quien la narra, requiere arrojo.
La historia de Caperucita Roja, cuyo origen data del medioevo, cuando era una simple leyenda oral que servía de advertencia sobre el peligro de hablar con desconocidos.  Con el paso del tiempo y gracias a varios autores (incluidos Perrault y los hermanos Grimm) y muchos, muchos años después llegó al cine, donde parece haberse convertido en una anécdota muy atractiva. 
Entre las adaptaciones que se han hecho está la divertida farsa “Encuentro con el lobo” (1996), protagonizada por Reese Witherspoon, la animada “Roja caperuza” (2006) y ahora llega “La chica de la capa roja”, en la centraremos nuestra atención.
Esta producción dirigida por Catherine Hardwicke, la misma de “Crepúsculo” se propone darnos una nueva mirada a la historia clásica.  La historia de la niña que se pierde en el bosque y es víctima de un lobo acosador, queda un poco relegada para darle paso sino a un hombre lobo, a algo de cacería de brujas y por supuesto, a un romance tormentoso que involucra una madre interesada y un secreto guardado. ¿Le parece demasiado? Todavía hay más y es que esta Caperucita llamada Valerie, derrocha hormonas a su paso y además puede entender los aullidos del lobo que le pide que se vaya con ella.
Con toda esa información, los espectadores también son introducidos en un juego de confusiones al ponernos a dudar de quien el verdadero lobo que acecha a la jovencita.  Pero esto que al principio parece ser un atributo de la película se vuelve repetitivo y, por supuesto, termina siendo aburrido.
El guión que estuvo a cargo del mismo que escribió la aterradora “La huérfana”, parece no haberse decidido en el género desde el cual iba a mover la historia.

Porque “La chica de la capa roja” al principio se nos plantea como un thriller cuando se corre el rumor de que el lobo ha vuelto a atacar la pequeña aldea. Pero después se transforma en melodrama cuando nos involucramos en una historia de amor imposible entre Valerie (Caperucita) y Peter (el leñador) aunque después se transforma un poco en tragedia, cuando el destino castiga a los protagonistas. Al final el amor triunfa de alguna manera y volvemos a ser ubicados en el melodrama. 
Pero también hay pequeñas escenas que nos hacen reír, no se si con intensión o no, pero están dialogada de al manera que solo da risa, como aquella de “Abuelita que ojos tan grandes tienes”.

En “La chica de la capa roja” la postura de Hardwicke dista mucho de ser cómoda.  La extensión de algunas secuencias es innecesaria y su puesta en escena parece ser más teatral que cinematográfica, con escenas marcadas por muchos personajes que hablan y se mueven a la vez y con pocas reflexivas.
Y aunque la secuencia final parece algo seductora, en definitiva la apuesta de hacer una Caperucita Roja medio thriller, medio hombre lobo, medio original, medio novedosa, no funciona. Es que a la hora de hacer una película, hay que saber lo que se quiere: ¿O hacemos la original o nos arriesgamos a una adaptación nueva por completo? Pero no se puede hacer todo a la vez.  Eso sí que no. 

jueves, 26 de mayo de 2011

UN AÑO MAS


La primera sorpresa con la que nos encontramos en esta película es con una pista falsa que nos hace pensar que conoceremos la vida de un personaje determinado pero no es así. El recurso llamado Macguffin (o maguffin, en el más simple español) fue acuñado por Hitchcook y corresponde a “aquel” elemento narrativo del que se valen algunos directores como excusa para mostrarnos a los verdaderos protagonistas. 
En “Un año más” el británico Mike Leigh, adopta este guiño argumental  valiéndose de la talentosa actriz, Imelda  Staunton con quien trabajó en 2004 en el largometraje “El secreto de Vera Drake” y que ahora actúa como una mujer deprimida y muy infeliz.   Esta vez, la aparición de Staunton tiene como único propósito el   llevarnos hacia su sicóloga, una mujer llamada Gerri y que  terminará siendo el hijo conductor de la película en cuestión.
Interpretada por Ruth Sheen, Gerri es una mujer que divide su tiempo entre su consultorio y su familia.  Comparte con su esposo su pasión por la horticultura y un amor que los ha mantenido juntos por más de 30 años.  El marido interpretado por Jim Broadbent es un geólogo al que además de la trabajar en la huerta, le encanta cocinar.  
Esta pareja vive en las afueras de Londres en una casa en la que todos son bienvenidos. Allí, empezamos a conocer seres contemporáneos a ellos, amigos cercanos, que han vivido sus días de manera distinta y que tal vez por lo mismo no han encontrado la felicidad, al menos no como ellos esperarían que fuera. Es así como llegamos a Mary (Lesley Manville)), una secretaria compañera de trabajo de Gerri que, a sus cincuenta y tantos, aún no ha aprendido a convivir con su soledad.  Y sin saber cómo lidiar con semejante compañía, da tumbos entre la tristeza, la euforia, la compulsión, el vino y las equivocaciones.  
También aparece Ken (Peter Wight), otro del club de los solitarios, que pasa sus días entre cigarrillos y cervezas. Este se muestra  más honesto que Mary y no pretende verse bien cuando no lo está y se desmorona con facilidad preso de su sobrepeso y sus vicios. Añorando los años en que podía moverse a gusto por sus bares.  Su tristeza se percibe, esto de sentirse ajeno y no ser bien recibido en aquellos lugares que fueron suyos, es temor que nos acecha. 
Entonces hace un último y desesperado intento desesperado al acercarse a Mary.  Pero claro, el pobre ya ha perdido la práctica y es torpe en el cortejo y ella lo sacude sin compasión. Lo que en realidad le molesta a Mary es ser pretendida por un hombre como ese (tan gordo, tan viejo, tan “fregado”) cuando ella se siente tan bonita, tan joven y tan coqueta. En su imaginario Mary se siente apetecible para cualquier hombre de treinta porque esa es la edad que ya cree que todavía siente que tiene.  Anclada al recuerdo de un hombre que, muchos años atrás, estuvo junto a ella pero que nunca le dio el ascenso de amante a mujer.
  
Estas historias entrelazadas con otras más, son las que observamos en “Un año más”, que a la vez es el tiempo que compartimos con sus protagonistas. Un año de sus vidas, otro más en el que los personajes mutan conforme a las estaciones empezando por la primavera y terminando con el invierno. 
Para hacerlo, el director Mike Leigh que también escribió la historia, utilizo escenas largas, planos estáticos y abiertos y fue muy generoso con sus personajes al dejarlos hablar todo lo que quisieran. Imposible hacer una historia de estas con diálogos contenidos, cuando aquí todo se centra en esos conflictos interiores, en los miedos y los fantasmas que nos habitan.
Entonces Leigh optó con sabiduría y los dejo hablar, hablar y hablar, porque eso es lo que mejor saben hacer, porque lo necesitan para mantenerse vivos.  Hablar y sentirse escuchado.  Por fortuna tiene amigos como Tom y Gerri que siempre los reciben y escuchan sin juzgarlos.

Esta es la clase media británica que tanto llama la atención de Leigh y que nos ha mostrado en diferentes producciones como “Grandes ambiciones”(1988), “Secretos y mentiras” (1996) “La dulce vida” (2008), por mencionar solo algunas porque en su haber ya tiene más de 15 largometrajes.
El trabajo de Leigh que le ha valido muchos (muchísimos, de hecho) y variados premios, se basa en un trabajo a fondo con personajes reales y cotidianos. 
Él ha sabido valerse de su experiencia como actor y director de teatro, para lograr dirigir actores de una manera única.  Convirtiéndolos en personajes contundentes pero que no pierden  su naturalidad porque bien podríamos reconocer en ellos amigos cercanos o tal vez a nosotros mismos. Así de urbano y de  cotidianos.
Y esos diálogos… Largos pero intensos, llenos de subtextos y de  evasiones, que muestran y esconden pero que al final desnudan el alma, como los que sostenemos con nuestros amigos más íntimos.