martes, 29 de marzo de 2011

LOS COLORES DE LA MONTAÑA


“Los colores de la montaña” es una película que tiene  aciertos. No solo por su historia que se nos muestra los dramas que se desarrollan paralelos al conflicto armado en el campo colombiano, sino también su casting, la gran mayoría conformado por actores naturales.  Dramática, dura, bonita, tensionante y divertida en su justa medida, esta producción conmueve e involucra con inteligencia evadiendo la guerra.  El manejo del tema es respetusoso, parte de un investigación y lo mejor, se ahorra la oda a la picardía y a la pornomiseria.   Como resultado el espectador queda bastante involucrado en un conflicto que a veces vemos lejano y ajeno.

Como muchas de nuestras películas nacionales, la historia detrás de la producción es tan interesante como la narración misma.  Desde su concepción “Los colores de la montaña” fue re-escrita  18 veces y se demoró nueve años en culminarse.   Su director es Carlos César Arbeláez, un comunicador social que llegó a esta carrera porque era lo más parecido a lo audiovisual, después de haber descartado la música (aunque fue clarinetista varios años), y la ingeniería electrónica de la que hizo tres semestres. 
Pero su pasión por el cine empezó a los diecinueve años cuando, en medio de un paro de su universidad, hizo el curso “Las cien mejores películas del cine” que dictaba el padre Luis Alberto Alvarez.  Después de esto, todo cambió, dejó la ingeniería y se embarcó en la aventura de convertirse en realizador.

Después de graduarte de la universidad, trabajaste  como camarógrafo y editor y  luego empezaste a hacer documentales. ¿Cómo fue que tu paso a la ficción? 

En el 92 empecé a hacer muchos documentales inspirados en personajes y lugares urbanos. En ese entonces me gane una beca de Colcultura  para recuperar archivos caseros de 8, super 8 y 16 milímetros.  Ahí empecé a engolosinarme con el cine.  Hice un primer cortometraje llamado “La edad del hielo” en 1999 que era también con niños.  Después se me ocurrió escribir “Detrás de la montaña”,  la historia de un niño que quería saber que había detrás de una montaña. Ahí empezó todo, pero no acabó…

El tuyo fue un camino largo, una carrera de obstáculos que tuviste que aprender a saltar conforme iban llegando. Pero siempre tuviste fé en tu proyecto. 
No creas, al principio tuve el miedo de que una película de campo podría no  interesarle a nadie porque ese tema estaba pasado de moda en Colombia.  Además yo no soy campesino, aún así me dejé guiar por la intuición.  Me acuerdo que una vez le pasé la primera versión a un amigo que me dijo “¡que montañerada!” (risas) y yo pensé, sí que bobada seguir con esta película. Pero cuando vi “A través de los olivos” del Kiarostami me volví a animar.  Contacté al Mono Osorio, que era uno de los productores más importantes en Colombia, armamos una coproducción y conseguimos cien mil dólares. Pero en eso, se murió el Mono y todo se canceló. La depresión fue tremenda, tuve que devolver la plata y estuve tres años encerrado, se me cayó el pelo, hasta mi mamá pensó que me había embobado: “Tan viejo y con esas bobadas de hacer una película” (risas). Después llegó la ley de cine y los estímulos del Fondo de Desarrollo Cinematográfico y todo se reactivó.  

No hay duda que una de las cartas fuertes de este largometraje es su casting.  Los niños actúan con naturalidad y parecen sentirse bastante cómodos frente a la cámara…¿Invertiste mucho tiempo en su preparación?
Yo sabia que no me podía equivocar en el casting y me demore dos años haciéndolo. Porque quería que el protagonista fuera futbolista y campesino, pero esa combinación no era fácil de encontrar.  Así que recorrí veredas y las comunas de Medellín, porque allí viven muchos de los desplazados de los campos. También visité 22 escuela populares del deporte, creo que en total hice pruebas a unos 700 niños, pero valió la pena.  Después de que los encontré, me los llevaba cada fin de semana al pueblo donde iba a hacerse el rodaje. Quería que sintieran el campo y sobre todo que se hicieran amigos. Algo triste es que uno de ellos (“Pocaluz”) vivió en su realidad un proceso de desplazamiento similar al de su personaje.

Entonces había mucha responsabilidad y presión.  No solo por tratar con actores naturales sino por la cercanía con el tema.

Claro.  Elegir un casting natural es muy difícil y no creo que sea mas barato porque hay que ensayar muchas veces y se desconcentran con facilidad. Casi se acaba de dirigir en el cuarto de  edición…Y con respecto al tema, me esforcé en tratar el mundo de los niños con mucho respeto, por eso  no utilicé  planos cerrados con ellos. Tampoco dejé que leyeran el guión en su totalidad y no quise que lloraran. Es que conmover con películas de niños y guerra es muy fácil y yo no quería  manipular al espectador… Pero así y todo el publico llora, ufff… No te imaginas…

Por su historia “Los colores de la montaña” ha sido comparada con algunas películas kurdas e iraníes. Sin embargo  tiene elementos muy locales, como la guerrilla y los paramilitares cuyas diferencias son sutiles y difíciles de percibir para un extranjero.
Quise centrarme en la realidad y la gran constante en los campesinos es la zozobra. Por eso metí en un mismo saco guerrilleros y paramilitares. Los he ninguneado a drede, porque ellos son una amenaza latente y real pero a la vez son “fantasmas”. Mi intención era mostrar el conflicto armado en el que viven los campesinos colombianos, a través de un niño.  Todo se ve  y se oye desde los ojos y los oídos de él que todo lo que quiere es rescatar un balón de un campo minado. Pero mientras tanto, casi que detrás de una cortina, el mundo a su alrededor se va borrando.

Y de hecho los colores se van desvaneciendo a medida que avanza la película…
Nadie me cree cuando les digo que el único rodaje en que yo he estado es en el de “Los colores de la montaña”, pero es verdad.  Entonces todo el proceso de la película se dio de manera natural, creció silvestre.   Y eso de ir matando los colores a medida que avanzaba la historia fue intencional, porque a este niño, la realidad le va apagando la alegría de a poquitos. De hecho la última secuencia es casi en blanco y negro, porque quería que el público se quedar con el rostro de ese niño y se fuera pensando en él.  Y sí pasa…

domingo, 20 de marzo de 2011

LOS CHICOS ESTÁN BIEN


El éxito, entendido como la buena recepción del público y de los críticos, de una película está determinado por muchos factores.  El peso de la historia, los aciertos de la dirección (y aquí podríamos mencionar la fotografía, el arte, la dirección de escena), el montaje,  o bien puede ser el elenco. En algunos casos se produce una sumatoria de varios, en otras basta con uno solo y, claro, también puede pasar que haya éxitos inesperados.  Incluso hay quienes califican la calidad de una película por las risas que produzca sin importar que sea corriente, reforzada y ordinaria. 
Resultado de una maniobra orquestada o mero golpe de suerte, lo que le importa a los hacedores de la industria cinematográfica a la hora de hacer una película,  es anotarse un gol (Entiéndase conquistar la taquilla, recuperar el dinero invertido y salvar su pellejo). 
Que no nos engañen.  Nadie hace un largometraje para darse gusto a sí mismo o para divertir a su grupo de amigos más cercano. Obvio, nunca faltan aquellos directores que dicen que sí y, en su legítima defensa, dan vuelta a los malos resultados, asegurando que el público no está preparado para ellos.  ¿Le suena familiar? Si es así, no lo dude:  Ese director miente porque, en el fondo, sabe que pudo haber hecho las cosas mejor.  Pero tampoco lo juzgue, créame que él ya tiene bastante con su pena y con el karma de no conseguir dinero para su siguiente producción.
Que no se malinterprete mi opinión, no estoy diciendo que el oficio de un director sea cosa sencilla.  Al contrario, llevar una película a buen puerto  requiere  de un capitán que tenga disciplina, humildad, cordura y una tenacidad de largo (muy largo) aliento.  Y claro, una buena historia, un director de fotografía inteligente, un sonidista perfeccionista, unos actores comprometidos y otros tantos factores que terminan siendo el apoyo del director. 

“Los chicos están bien” tiene un poco de esto y de aquello. Dos grandes actrices (Julianne Moore y Annette Bening) dirigidas de manera extraordinaria por Lisa Cholodenko , interpretando a un matrimonio de lesbianas que enfrentan una crisis. 
El cisma es producido por la aparición del donante de esperma (Mark Ruffalo) de sus dos hijos (cada una tuvo uno, varios años atrás) que amenaza con romper la armonía familiar.  Mientras esto sucede los hijos de los tres enfrentan la crisis (tratadas con algo de ligereza) de la adolescencia y sobreviven al drama que no parece pernearlos del todo. 
“Los Chicos están bien” es una comedia que nos muestra un rollo más bien romántico y previsible, que aunque podría haber sido tratado con un poco más de profundidad, divierte. La aparición de este hombre como tercero en discordia genera  un conflicto producto de una atracción sexual.
Un problema grande, sustentado con escenas calientes pero que no genera un drama mayor.  Mientras tanto los hijos permanecen en medio, ajenos al conflicto  mientras viven situaciones atravesadas por lugares comunes e interlocutores estereotipos. Como que la hija sea la mejor estudiante, mientras su hermano es un gran deportista y sus amigos son un chico calavera y una niña ofrecida que ve sexo por todo lado.   
Sin embargo esto no parece molestar, después de todo el conflicto se centra en una pareja (Moore y Ruffalo) que se enredan en una pasión desenfrenada que resulta fortuita y carente de esfuerzo. 
Pero antes de que explota la bomba realmente, La película termina cuando el donante-padre se aleja, sin protestar, lo que genera cierto desconcierto porque, a pesar en terrenos de la comedia, nos hace falta que los personajes encaren el problema a profundidad.  Aunque por ahí intentan asomarse las pasiones (no me refiero solo a la sexual) y la ansiedad producto de la soledad y la insatisfacción, no hay una consecuencia real.
Entonces el guión (Nominado a los Oscares) no sorprende más de lo debido y sus personajes se mantienen siempre en la racionalidad impuesta por unos escritores que se esforzaron por hacer una historia de seres demasiado inteligentes.  En pocas palabras, los eventos ocurren cuando deben ocurrir y de la manera en que le conviene a la historia y no obedeciendo a la naturaleza orgánica de sus personajes.   Entonces  las mujeres resuelven su crisis de una manera un tanto ingenua y sin entrar en diálogos profundos, se le pone punto final  al conflicto generado por este hombre. 
Resolución medio ingenua y poco coherente con la psique femenina puesto que las mujeres podemos ir y venir sobre el mismo punto una y otra vez. Mucho más si se trata de una infidelidad. Los reclamos puede volver una y otra vez, una y otra vez… 
Con todo “Los chicos están bien” tiene una dirección acertada y una puesta en escena divertida, construidas con situaciones que rayan en el desparpajo.   Pero, ¿de qué otra manera podría ser? Después de todo es una película con una trama atípica…

lunes, 14 de marzo de 2011

BEAUTIFUL


Casi siempre los divorcios son dolorosos y si están atravesados de incómodas discusiones y reparticiones de bienes, pueden tornarse sanguinarios. En el cine (como en la literatura y la tele) pasa algo bastante parecido.  A diferencia del divorcio de los demás mortales, los artistas (pletóricos de egos) se disputan además del dinero, los derechos morales y las genialidades de obras exitosas.  Todos somos padres del triunfo, nadie pelea por algo que ha sido un fracaso.
Algo así sucedió con el renombrado dueto mexicano compuesto por el director Alejandro González Iñarritu y el guionista Guillermo Arriaga, quienes después de haber trabajado juntos en “Amores perros” (2000), “21 gramos” (2003) y “Babel” (2006), se trenzaron en una complicada discusión que terminó con la amistad de tantos años.

Después del ruido de la separación y de que cada uno reclamara la genialidad de sus películas, Arriaga quiso demostrar que él era el verdadero artífice de los trucos narrativos de los largometrajes y se lanzó como director con “Lejos de la tierra quemada” (2010) (reseñada en Gaceta octubre 24).  La similitud de esta producción con sus antecesoras era tan evidente que incluso parecía percibirse la presencia tácita de González Iñarritu. Y es que Arriaga, como director mostró un estilo ya probado y efectivo.  Hasta allí, nada nuevo.  Entonces la expectativa de ver que haría  González Iñarritu sin Arriaga creció.
Él se tomó su tiempo y mientras le aclaraba al medio que él también había estado tras los guiones de “Amores perros”, “21 gramos” y “Babel”, trabajo como productor en los largometrajes de sus cuates (“Madre e hija” de Rodrigo Garcia, “Rudo y cursi” de Carlos Cuarón) y maduró un proyecto. Después se hizo a un par de guionistas argentinos para que lo acompañaran en su nuevo proyecto: “Biutiful”.
No era nada fácil  enfrentarse al fantasma de un escritor con él que se trabajó tanto tiempo. Intentar, no digamos superarlo, pero si darle un tono reconocible al estilo propio o, tal vez, encontrar uno nuevo después de haber tenido el mismo en tres producciones. Y es que con “Amores perros”, “21 gramos” y “Babel” nos acostumbramos a observar historias separadas que confluían por hechos fortuitos del destino. A través de personajes contenidos y con secuencias adobadas con buenas piezas musicales, el estilo de los mexicanos empezó a ser reconocido en la industria.
Después del divorcio (y de la separación de bienes), el guionista Arriaga se llevo todo esto y lo utilizó en “Lejos de la tierra quemada”. Como director no quiso tomar retos y se fue por la fija, sin salirse de su área de confort. El resultado, una buena película, eso sí más de lo mismo.
 Algo diferente ocurrió con el director González que se arriesgó a contar su película de una forma distinta. Nada novedoso, una narración lineal que transcurre en Barcelona y que  está impregnada de muerte, desesperanza y tristeza.
La película que estuvo nominada en Cannes, los premios Globo y los Oscares en las categorías de mejor película extranjera y mejor actor, tiene como protagonista a Uxbal (Javier Bardem), un padre de familia al que la muerte lo ronda y acosa.   No solo por estar desahuciado, sino porque se mueve en el negocio turbio de los inmigrantes condenados a estar sepultados en vida y además, como si fuera poco, también puede hablar con los muertos.
Sí, no hay duda, la muerte lo persigue materializada en mariposas negras en el techo, sangre en el retrete y cadáveres que flotan en el agua. Imágenes fuertes que impresionan y se fijan en la memoria de los espectadores pero que no son suficiente.
González Iñarritu parece haber sido rebasado por la complejidad de un tema que intentó mostrar desde diferentes matices, pero el resultado fue un guión carente de ritmo e incluso de estructura.  Esto nunca le pasó con Arriaga, experto en jugar con tiempos narrativos pero también conocedor de las leyes básicas de la dramaturgia.

En “Biutiful” hay mucho drama, eso sí desarticulado y salpicado a lo largo de dos horas y veinte minutos. Las secuencias tienen su fortaleza individual pero no incrementan la tensión en función de una escena más alta que las demás.
También con la música, que estuvo a cargo de Gustavo Santaolalla, González hizo algo distinto a lo anterior y la utilizó de manera mesurada. 
Tal vez la mayor fortaleza de la película recae en Bardem quien ganó en Cannes por su interpretación y que mantiene el dramatismo de la historia de principio a fin. A pesar de  esto y de haber estado nominada en varios festivales, “Biutiful” no es la película más afortunada de González Iñarritu.  Ojalá se reconcilie con Arriaga.

miércoles, 2 de marzo de 2011

CISNE NEGRO


Hay momentos en los que la vida nos pone a prueba para saber de qué estamos hechos.  Situaciones determinadas para las cuales nos hemos preparado y que esperamos con ansias, pero a la vez con miedo.  Poco importa la preparación o el entrenamiento, el temor al fracaso es inherente al afán de alcanzar la perfección y por ratos puede someternos.
La suerte que corren los actores, bailarines, músicos y escritores, al tener entre sus manos y piel, a personajes fuertes, suele ser igual de incierta. La fragilidad de sus protagonistas, los hace presa fácil de la pérdida de su identidad o de la posesión de una ajena.  Todo esto sucede mientras se deshace el delgado margen que separa a la realidad de la ficción.  Producto de la locura o la obsesión, la historia es común a muchos que han dejado su vida en las tablas y en nombre del arte.
Nina Sayers es uno de esos títeres del drama y sus pasiones. Una bailarina de ballet que se empeña en encarnar a la perfección el papel del Cisne Negro en la obra “El lago de los cisnes”.  En la compañía de New York siempre se  ha distinguido por ser virtuosa, técnica y delicada en sus movimientos y nadie duda de sus capacidades para interpretar al cisne blanco.  El problema es que el director de la obra quiere que una sola bailarina interprete los dos roles.
Sin embargo, Nina quiere ser la elegida. Un poco por ella y su carrera, pero también por cumplir las expectativas de su madre, una exbailarina que en la cima de su carrera, tuvo que renunciar a su futuro. 
La película protagonizada por Natalie Portman, a quien recordamos por sus actuaciones en “El perfecto asesino”, “Todos dicen te amo” y la trilogía de la guerra de las galaxias, entre otras, va más allá del escenario y se propone conquistar su primera estatuilla en la próxima entrega de los premios Oscar. 
La manera como Portman ha llevado su carrera ha sido discreta y racional.  Desde que empezó, a la edad de doce años, ha escogido bien sus proyectos y ha puesto como condición actuar solo en sus vacaciones de verano para no interrumpir sus estudios universitarios de sicología.  A pesar de haber crecido en la industria, nunca ha perdido la cabeza ni se ha dejado llevar por los excesos como tantos otros de su generación. Con esa misma tranquilidad se ha tomado su trabajo y ha dado sus pasos con sencillez.
En “Cisne negro”, Portman hace una interpretación fuerte y desequilibrada. Una especie de ángel y demonio, que se reconoce y se sorprende, que se ama y se odia, que se acaricia y se daña.  Entre reflejos, sueños, confusiones y alucinaciones convive con un personaje que se esfuerza por poseerla mientras ella lucha pero a la vez cede ante sus demonios. 
Como si fuera poco, tiene que bailar con destreza y dramatismo mientras es presionada por una madre posesiva (Barbara Hershey), acosada por un director (Vincent Cassel) que la seduce como parte de su estrategia creativa,  odiada por una exbailarina que va de salida (Winona Ryder) y tiene que defenderse de una amiga (Mila Kunis) que pretende quitarle todo. 

Tal descarga dramática solo puede entenderse bajo la mirada de un director como Darren Aronofsky conocido por sus películas “Pi, el orden del caos”, “Réquiem por un sueño” y “El luchador” (con Micky Rourke ).  Todas protagonizadas por personajes fuertes, dramáticos y obsesivos, que viven al borde de ser arrasados por sus pasiones.
En “Cisne Negro” también algo de terror, desenfreno y mucho de drama sicológico. Con el juego de espejos Arofnosky hace que nos sobresaltemos entre el presente y el futuro de una protagonista condenada a seguir los pasos de su antecesora, la saliente primera bailarina Beth.  En este azar se percibe el ligero toque del “Inquilino” del director Roman Polanski, porque al igual que en aquella historia, nuestra Nina no tiene más escapatoria que asumir una vida ajena, al reemplazar a la saliente Beth y esforzarse por salir de su sombra.
En medio de secuencias de baile y ensayos que parecen no terminar con giros seguidos por la cámara de Matthew Libatique, un director que complementa la historia con tonos grises, opacos y blancos, negros (¿como los cisnes?).
Con todo esto, Arofnosky consigue su propósito de enredarnos la cabeza, de confundirnos entre la realidad y la fantasía, para después abandonarnos en el último y más sublime acto de “El lago de los cisnes” donde por fin la perfección se alcanza. Pero de una manera inesperada