martes, 14 de diciembre de 2010

UN BUEN CHISME



No hay que subestimar el poder de un chisme.  El deseo morboso de conocer los detalles de un escándalo es tan fuerte que puede sostener  una película y mantener atentos a los espectadores durante dos horas.
La expectativa aumenta cuando la historia se basa en un suceso que nos resultan de familiar y sobre el cual nos sentimos en capacidad de opinar.  “Red social” narra la historia del suceso cibernético  “Facebook” desde su creación hasta la actualidad, incluyendo riñas, villanos, traiciones y  muchos millones de dólares.
Todo inicia en  la Universidad de Harvard donde el estudiante Marck Zuckerberg obsesionado con pertenecer a un club social de las   fracasado en el amor e insolente por naturaleza, es rechazado por su novia.  En medio su despecho y con varias cervezas encima, Zuckerberg  crea un juego en línea llamado “Match face”, que consiste en escoger la estudiante más linda de la universidad.   El éxito es tal que en una sola noche, la red de la universidad colapsa debido a la gran cantidad de visitas que el sitio recibe. Esto lleva a que el estudiante se sienta genio pero también lo hace recibir un llamado de atención de los directivos de la institución, mismo que él ignora.  Días después, Zuckerberg  es contactado por un grupo de muchachos interesados en crear una  comunidad cibernética exclusiva para los estudiantes de la universidad.
Él acepta la oferta pero en realidad su propósito es otro.  Usa la idea del club social virtual para desarrollar su propia red. Para comenzar el negocio, involucra a su mejor amigo como socio financiero, mientras él se concentra en la construcción del sitio. Todo esto a espaldas de quienes le dieron la idea de crear la red universitaria. Poco a poco la idea crece pero Zuckerberg jamás pierde la perspectiva de lo que quiere hacer. No le interesa poner publicidad en su sitio porque esto solo alejaría a los usuarios y defiende por encima de todo, que  sea una página “cool”.
Su red de amigos empieza a crecer, no solo la virtual sino también la de la vida real. El los acepta a los nuevos y saca lo mejor de ellos: De uno el dinero, del otro la extensión del negocio y de otros las ideas. Después de eso, los desecha a todos. Así se relaciona y no le interesa ser diferente y aunque insiste en decir que no es una mala persona, actúa de manera contraria.
Al final, como suele suceder en este tipo de escándalos, lo de menos es el invento o la revolución porque toda la atención termina centrándose en los pleitos y las demandas que Zuckerberg debió enfrentar por cuenta de aquellos a quien dejó pisoteó en su ascenso. Todo esto se muestra entre el pasado y el presente entre pactos, celebraciones y trampas que después se traducen en demandas e interrogatorios entre abogados y socios.

“Red social” está dirigida David Fincher (“El extraño caso de Benjamin Button”, “Zodiac” y “El club de la pelea”) y su guión es una adaptación del libro “Multimillonarios por accidente” escrito por Ben Mezrich y que se cuenta de cómo una sucesión de hechos, sin mayores reflexiones.
La postura del director es frente al hecho es clara. No puede ocultar que no sienta el más mínimo afecto por el protagonista del escándalo a quien no duda en mostrar como un tipo frío, manipulador y desprendido, que no se tienta el corazón por nada.  Mientras que a los otros se les trata un poco más suave.
Dicho de otra manera, en “Red social” hay villanos, víctimas y jugadas sucias aportadas de la vida real porque al parecer, así fueron las cosas. Entonces aquí hay poco de dramaturgia de ficción y mucho de bajezas humanas y de historia. Tal vez esta película solo se basa en eso, encostrar la superficialidad de las redes social virtuales, pero afirmar que estos sitios solo sirven para ligar y colgar fotografías de fiestas y viajes, es ligero. En las redes sociales, como en el Internet, pasan muchas más cosas que aquí ni siquiera se vislumbran. Un tema familiar para muchos que se presenta con escenas largas en las que abundan los diálogos y en las que la cámara se limita a hacer las veces de espectador.
A pesar de esto, “Red social” termina siendo solo un buen chisme muy entretenido pero que no profundiza en ningún personaje ni despierta  ninguna reflexión. Todos ellos persiguen la fama y el dinero en un conflicto que se plantea con diálogos largos repletos de información y ego, pero jamás hay escenas reflexivas ni se dejan ver los sentimientos.
Pero como se trata de mostrar la historia de Facebook, al final, se cumple con el objetivo porque al espectador se le da suficiente información para conocer hasta los detalles más mínimos de se formó la red social más importante de la web. Aunque los expertos digan que el fenómeno  ya va de salida. 

jueves, 2 de diciembre de 2010

EL DRAMA QUE NO MUESTRA LA NOTICIA


Existe una creencia que consiste en cubrir con un aura mágica las noticias que ocurren y a sus protagonistas.  Una especie de principio, no siempre afortunado, que se basa en que una historia real es más impactante y exitosa.   Después de los reporteros, los documentalistas continúan con la cadena alimenticia que luego nutre a los gestores de ficción. Así pasa con el cine: bajo la promesa de mostrar la “verdadera” historia, productores y escritores habilidosos convierten las tragedias en argumentos de ficción.
La realidad cambia de acuerdo a la latitud y a la conveniencia de quien cuenta la historia.  Mientras en Colombia algunos prefieren hablar de protagonistas del narcotráfico y de soldados (“El rey”, “Soñar  no cuesta nada”), en Estados Unidos los directores cuentan y recuentan, sus guerras, sus amenazas y, claro, sus ataques terroristas.  Valdría la pena recordar la cosecha de películas que tuvimos después del once de septiembre del 2001, de la que ni siquiera escapó Oliver Stone.

El drama basa parte de su encanto en este principio. Aquello que Aristóteles llamó “mimesis” y que podría entenderse  la  imitación de la vida.  Un elemento común a las historias dramáticas pero se construye, en unas más que en otras,  en aras de la credibilidad.
Entonces cuando alguien presenta su película como una historia basada en un evento real, tiene parte del trabajo asegurado. Este tipo de argumentos  suelen ser más fáciles de digerir y no necesitan mayores introducciones, ni estar sustentadas en universos congruentes para  ser aceptadas.  Dado que su público sabe cómo sucedieron las cosas y cuál fue el desenlace, el escritor se ahorra el esfuerzo de justificar los giros o acciones inesperadas. Si pasó en la realidad, ¿Por qué tendría él que explicarlo?
Pero en esta ventaja también está el riesgo. Quiera o no, quien narra una película basada en un hecho real, tendrá el acontecimiento histórico como camisa de fuerza, reduciendo su libertad creativa a la implantación de personajes imaginarios y útiles a la narración.
Para no complicarse la vida, algunos creadores optan por un mostrar el lado velado de la historia a través de personajes no estereotipos y evitan las situaciones cliché.   Así consiguen historias más honradas,  que les permiten explorar nuevas dimensiones de lo ocurrido.
La película inglesa “London River” tiene un poco de eso.  Parte de un evento real, al tomar como punto de partida el ataque terrorista ocurrido en Londres el 7 de julio  de 2005 y muestra un lado diferente del drama.  Aquí los protagonistas no son ni los detectives, ni los  musulmanes, ni siquiera los atentados en sí.
Aunque hay un poco de todo esto, no centra  la inquietud de los espectadores en la amenaza democrática ni en el morbo del ataque, sino más bien en un debate interno de la desconfianza y el prejuicio religioso. 
La historia muestra a una madre de provincia que decide viajar a Londres porque que no tiene noticias de su hija desde el día del atentado terrorista.  Al llegar a la ciudad y mientras inicia la búsqueda,  descubre que su hija guardaba varios secretos que la unen al mundo musulmán. La madre no logra comprender nada y solo se le ocurre creer que la joven fue adoctrinada por el grupo religioso.
Mientras llena la ciudad con carteles que tienen la fotografía de su hija, conoce a un hombre musulmán francés que también está en la ciudad buscando a su hijo, igualmente desaparecido en circunstancias misteriosas desde el 7 de julio.  De alguna manera la vida de estos seres es idéntica. Además de ser un par de solitarios que buscan a su hijos, tienen en común ser practicantes de una religión, ella es una cristina protestante, mientras él es musulmán, y de profesiones similares, ella es granjera y él ecologista.
Sin embargo, los prejuicios religiosos que por aquellos días están exacerbados en la capital inglesa, previenen a la mujer y la hacen desconfiar de este hombre por el simple hecho de ser musulmán. Hasta que una verdad cambia el destino de estos seres y los condena a emprender la búsqueda juntos.  
Su director  Rachid Bouchareb, consiguió hacer de “London River” una película que nos mantiene en la tensión del descubrimiento propio y del ajeno. Mientras recorremos las calles de Londres, los hospitales y las morgues, nos convertimos en cómplices de la esperanza de los padres que comparten su angustia y sus pocas charlas.  Lo poco o nada que sabemos de los personajes basta para identificarlos, pero aun así, de alguna manera, nos convertimos en ellos. 
Es un acierto temático este de centrarse en la simplicidad de una aventura particular y profundizar en ella, más que pretender abarcar todo el drama post-atentado.  Una narración basada en la  simplicidad y la belleza de la luz natural. Y esto solo puede complementarse con la gran dirección de actores que hace.  Protagonizada por Brenda Blethyn (“Secretos y Mentiras” y “Orgullo y Prejuicio”) y el fallecido Sotigui Kouyaté, quien ganó el premio a mejor actor en el Festival de Berlín 2009.
“London River” es una película silenciosa, introspectiva y emotiva, que muestra de una manera hermosa que la ilusión también se extingue.