jueves, 8 de septiembre de 2011

En un mundo mejor


¡He aquí una película dirigida por una mujer! y no por una mujer  cualquiera.  Se trata de la danesa Susanne Bier, hija adoptiva del movimiento Dogma 95, conformado por un grupo de directores que se proponían abordar el cine de una manera diferente. 
Bier, que lleva en su hacer más de una docena de largometrajes, ha  acatado gran parte de los principios del manifiesto (Dogma 95) que basa su propuesta en el momento y en la realidad narrativos tanto como en escenarios naturales, apoyos técnicos mínimos, ausencia de trucajes narrativos y poca postproducción.  Así ha transitado por varios géneros, inclinándose a veces por los más dramáticos, en los que ha dejado su prevalecido su esencia femenina.  
Este sería un buen momento para hacer una pausa y explicar el porqué de  mi primer comentario.  Si digo que se nota la presencia de una mujer en  esta producción, no es porque este defendiendo un derecho legítimo, ni más faltaba. Lejos de comentarios feministas trasnochados, cuando una directora logra transmitir su esencia sin caer en lugares comunes, se siente. 
Este no es un asunto estético resultante de bonita fotografía ni nada de eso sino que tiene que ver, más bien, con discernir la realidad de otra manera, sí…con  la ironía femenina.
“En un mundo mejor”, Bier utiliza su astucia para elaborar una película en la que en lugar de deleitarnos con sutilezas, impacta con una realidad incómoda y de la que todos somos protagonistas queramos o no.  La escogencia misma de la historia, nos permite conocer a una directora que sabe leer entre las líneas de una sociedad que aunque sea de primer mundo, termina moviéndose de la misma manera que la más primitiva. Todo se convierte en un asunto de supervivencia.

La historia que transcurre entre dos lugares tangencialmente opuestos, tiene por protagonista Antón, un doctor que vive parte del tiempo en un campamento en Sudán donde trata a la habitantes de la zona y en un pueblo fronterizo entre Dinamarca y Suecia, donde están sus hijos y su esposa de quien se está separando.  
El doctor de naturaleza pacífica intenta resolver sus conflictos siempre por la vía del diálogo y cree en la conciliación y de ésta manera quiere educar a sus hijos.  Sobre todo al mayor de ellos, Elías un preadolescente que en el colegio es víctima del matoneo y que encuentra en  el nuevo de la clase, un aliado que le enseña una nueva manera de hacerse respetar.  El nuevo se llama Christian y tiene como antecedente la muerte reciente de su madre. El duelo poco elaborado lo ha convertido en un muchacho resentido con el padre y con todo lo que represente debilidad. A él solo le importa defenderse, no importa cómo.  
Estos son algunos de los personajes que Bier utiliza para contar una trama en la que las dinámicas sociales cotidianas son tensas, agresivas y sufrientes.  Los personajes se esfuerzan por salir bien librados en un mundo donde parece ser imperioso definirse en un punto extremo: La violencia o la inteligencia que a veces llega a confundirse con estupidez.  Pero eso no importa, porque al inteligente parece no importarle verse estúpido, aunque en el fondo tal vez su conciencia le diga que en realidad eso es lo es.  No hay puntos medios, como tampoco hay lugar para los que pretenden permanecer indiferentes. 
Para eso, la directora danesa se vale de personajes delineados a los que ubica en sus propias posturas y pronto hace reaccionar a aquellos que se encuentran en el limbo. Y es que en medio de todo hay un gran trabajo dramatúrgico de escritura y dirección de actores.  Las acciones que permiten conocer los personajes surgen en medio de secuencias descarnadas, en las que la impotencia que deja desolados a los protagonistas y a veces también a quienes los acompañamos.  Mientras la madre intenta proteger a sus hijos de quién sea, se niega a perdonar la traición de su marido a quien todavía ama.  Ella es una de tantos  a quienes la vida  amenaza con pasarle por encima porque sí, porque así son las cosas en estos tiempos posmodernos. 
Ante este panorama solo pueden sobrevivir aquellos amarrados a algo, tal vez a alguna moral, a una familia, a un grupo…  Unidos por ciertos códigos,  pero sobre todo al amor, a la comunicación.
Con todo esto, es fácil entender porque este año “En un mundo mejor” obtuvo los importantes premios de Globo de oro y Oscar a la mejor película extranjera.  Después de ver esta película será imposible no pensarse como individuo y cuestionarse  ¿De qué manera se deben resolver las diferencias y los conflictos, con el diálogo o el enfrentamiento?

miércoles, 20 de julio de 2011

El mundo es grande...


“El mundo es grande y la felicidad está a la vuelta de la esquina” es el nombre de una película búlgara que el año pasado dio vuelta por varios festivales de cine recibiendo buenos comentarios de críticos y espectadores.  Y es fácil entender porqué.
La historia que tiene como protagonistas a un abuelo y un nieto, inicia cuando el joven Sashko (Carlo Ljubek), de origen búlgaro pero nacionalizado alemán, sufre un accidente y pierde la memoria.  Su abuelo materno, Bai (Miki Manojlovic) viaja a su encuentro con el propósito de ayudarlo a recordar todo aquello que ha olvidado. 
Tarea difícil para un muchacho que ni siquiera sabe como se llama, pero el abuelo tiene sus mañas y echa mano de aquello que más conoce: el backgamon.   El juego que ha representado para el viejo no solo un momento de diversión con sus amigos, sino también la mejor cátedra de vida, le ha proporcionado la sabiduría y la paciencia para soportarlo todo. 
Al juego se suma la irreverencia y la terquedad propias de abuelo con las que pretende remover los recuerdos escondidos de Sashko.  Entonces las visitas a la clínica se convierten en noches de canciones, relatos, estrategias de juego y licor. 
Pero sus métodos excéntricos incomodan a las directivas del hospital y terminan por expulsarlo del lugar.  Entonces el abuelo recurre a  su última y más efectiva jugada:  Regresar a todos aquellos lugares que hicieron parte de la niñez de su nieto, tal vez así logré recordar de dónde viene y pueda asumir su presente. Pero sobre todo, tal vez así logre recordar como eran sus padres, porque como el mismo abuelo le dice… “si quieres verlos de nuevo, solo podrás hacerlo a través de tus recuerdos”.
De esta manera abuelo y nieto emprenden un viaje en tándem (bicicleta con dos puestos) que los llevara por varios países de Europa hasta llegar a su natal Bulgaria.
“El mundo es grande y la felicidad está a la vuelta de la esquina” se convierte entonces en un “road movie” de anécdotas divertidas y sentimentales, que logra conmover a los espectadores a pesar de estar construida con lugares comunes.  Estamos familiarizados con ciertas situaciones cinematográficas que incluso podríamos anticipar el final de las secuencias desde su mismo planteamiento.
Pero eso no es tan malo, después de todo la complicidad también sostiene, mucho más cuando se engancha en otra historia que ocurre de manera paralela a aquel viaje. 
Esta estrategia narrativa con la que el director y guionista Stephan Komandarev nos da probaditas del pasado de la familia, sirve para que conozcamos los antecedentes de los personajes y así nos apasionemos con la historia familiar que han compartido.  Cada detalle, cada situación, cada gesto dan cuenta de un amor verdadero y profundo.  Entonces de repente todas estas situaciones de viaje se ven distinta asi como sus protagonistas. Empezamos a entender porque el joven se comporta como un viejo y porque el abuelo ha decidio mantener su espíritu joven a pesar de todas las adversidades. Inevitable no enamorarse de este personaje que decidió seguir asumiendo la vida como una partida de backgamon.

validez que el nieto recuerde pronto y que por favor se acuerde de todo.  Porque una historia como la suya, tan llena de amor y sacrificios de sus padres y abuelos en aras de su felicidad, no puede borrarse con un accidente. No sería justo. 
Así, esta película búlgara navega entre dos historias y  Aunque no es una comedia, utiliza ciertos elementos como el manejo opuesto que se le da a las sicologías de los personajes (convirtiendo al abuelo en el joven y al joven con comportamientos muy adultos).  Este tipo de Pero desde el comienzo esta película tiene un ingrediente extra que la salva de ser otra de tantas películas melodramaticas y de lágrima fácil.   La

Bueno de todas maneras, “El mundo es grande y…” es una película
Con su sabor dulce nos evoca a películas italianas cargadas de situaciones familiares  

jueves, 14 de julio de 2011

TODOS TUS MUERTOS


De repente, una mañana de tantas se transforma en la más importante de todas.  Un campesino se encuentra con un regalo que le han dejado en su terreno: una pila de cadáveres. 
El hecho, que da inicio a la película “Todos tus muertos” y que nos introduce sin más preámbulos en la trama, se presenta como algo aislado en una sociedad pueblerina donde cada quien vela por sus propios intereses.  Y por lo mismo adquiere mayor magnitud a medida que involucra a más personajes para terminar por convertirse en una amenaza para el presente político de unos y para el futuro de los habitantes de aquel pueblo. 
O tal vez no. Tal vez después de tanto alboroto e incertidumbre, la vida siga igual y la indiferencia y la rutina se impongan sobre la adversidad.  Después de todo, así son las dinámicas del tercer mundo, cruzadas por los intereses de unos cuantos que relegan al individuo indefenso o en el peor de los casos convierten a la víctima en victimario.
“Todos tus muertos” es una película que trae la firma de un director que, sin duda, esta vez se compromete más con la supervivencia y el legado.   Después de su primer largo “Perro come perro”, en el que la velocidad, el ruido y la violencia eran explícitas, Carlos Moreno muestra su deseo en dar un paso a la trascendencia y al inconsciente.  
En una película que navega entre la farsa y la comedia negra, Moreno y su guionista Alonso Torres, nos presentan a la muerte (¿o sería más adecuado decir muertes?) como aquello que nos  molesta, nos cerca y nos incomoda.  Y al representarla como muchos cuerpos, ya fríos por supuesto, la muerte deriva en otro significado aún más interesante.  Aquellas cosas que matamos y ocultamos para mantenernos vivos.  Todos cargamos nuestros muertos y en cuanto los hacemos públicos, compartimos culpas y aligeramos crímenes. 
Entonces los cuerpos encontrados por Salvador (Alvaro Rodríguez), y que Moreno tuvo el acierto de crear indefenso, ingenuo y bizco, se convierte en problema suyo, pero también nuestro y de las autoridades que terminan involucrados en “cumplimiento” de su deber. Así la muerte que empieza siendo amenazante, poderosa y confusa adquiere otra tesitura a medida que avanza la historia, convirtiéndose en problemática, pegajosa y ligera.  Al final lo único que todos quieren es deshacerse de esos cuerpos, de la manera que sea y si se puede sacando algún provecho de ellos.  
Todo bajo el sol justiciero del centro del Valle que todo lo ve, y que sofoca, agobia y juzga a los protagonistas castigándolos sin  dejarlos mover de allí, obligándolos a asumir lo que no quieren.  Nadie quiere estar allí y sobre todo, nadie se esfuerza por reconocer esos cuerpos porque al hacerlo vendría la responsabilidad, pero tal vez también la salvación.  

“Todos tus muertos” es una historia impregnada de literatura y Latinoamérica.  En sus secuencias se siente Rulfo, García Márquez y ¿por qué no? Gardeazábal. Una película en donde la luz es fundamental porque todo ocurre, como en las antiguas tragedias griegas “De sol a sol” (entre el amanecer y el atardecer). 
Esto hace que la fotografía a cargo de Diego Jiménez, sea otro elemento narrativo que marca el ritmo y crea tensión a medida que avanza la película.  El trabajo de Jiménez, quien tuvo a favor y en contra al sol de Andalucia fue reconocido en el Festival Internacional de cine de Sundance (el más importante de cine independiente) y le otorgó a “Todos tus muertos” el galardón de mejor cinematografía.
El efecto sofocante dado por el sol omnipresente en todas las secuencias, se complementa con un sonido compuesto por ruidos del campo y también de un pueblo que enfrenta las votaciones locales.  Cada detalle sonoro adquiere la categoría de muy importante y tal vez en esto Moreno descargó demasiada responsabilidad a los espectadores quienes deben permanecer atentos a cada sonido y texto que se oye incluso, en segundo plano, porque todo parece crear el clima propicio para esta historia. Esto incluye noticias que provienen del radio y la televisión, así como conversaciones por celular. Sin duda todo esto fue pensado por un director que estaba interesado en reafirmar la importante del contexto en que se desarrolla la historia, pero esta dosis extra atención y que es  tan indispensable, puede resultar un poco agotadora.
Con todo, “Todos tus muertos” es una de esas películas que dan cuenta de un director que atraviesa un momento creativo interesante y trascendental. Uno que se explora y escucha con los años, que madura con los nuevos roles que le impone la vida. No hay duda que aunque hay elementos similares entre su ópera prima (“Perro come perro”) y ésta, también hay una gran diferencia en la manera de construir sus personajes.  De unos matones que poco o nada pensaban en el más allá, nos encontramos con otros que incluso en la muerte encuentran la esencia para seguir vivos. Y es que solo quien reconoce y asume sus muertos, se mantiene con vida.

miércoles, 22 de junio de 2011

CARANCHO


En el cono sur, Carancho es un tipo de ave que se alimenta de carroña.  Pero también se le llama así a las personas que viven y se gozan de la desgracia ajena. 
Justo así, “Carancho” es el nombre del sexto largometraje dirigido por el argentino Pablo Trapero y que narra la historia de Sosa (RICARDO DARÍN) un abogado cuarentón que por no tener licencia, tiene que dedicarse a un negocio sucio:  Se aprovecha de las victimas de los accidentes de tránsito, demanda a las compañías aseguradoras en su nombre y consigue mucho dinero para ellos y para él.   Es todo un “carancho”.
Pero no es el único, porque a medida que avanza la historia, descubrimos que en Buenos Aires hay muchos como él.  Seres inescrupulosos que viven al acecho de los accidentes para sobrevivir.   Un negocio sucio en el que también existen “mafias” que controlan el mercado y mantienen al margen a todo aquel que se sale de lo pactado.  Entonces gran parte del dinero que consigue el abogado (sin licencia) Sosa se lo quedan los peces gordos, dejándole a él sobras que apenas si le permiten sobrellevar una vida miserable y por ende, solitaria.   
El trabajo de Sosa no precisa horarios, ni lugares exactos.  Lo importante es llegar a las víctimas y convencerlas de que lo mejor que pueden hacer es demandar a la compañía aseguradora y para eso lo tienen a él.  Casi siempre los convence. 
Claro, a veces las cosas no suceden en ese orden. Porque cuando no hay muchos accidentes es cuando Sosa tiene que valerse de sus amigos y conocidos para jugar sucio.  Busca personas a las que les paga para que ocasionen accidentes y así pueda asegurarse con algunas demandas y pesos de más.

Desde la primera secuencia Trapero, nos muestra el panorama argentino de corrupción que envuelve los accidentes de tránsito y lo hace sin tibiezas.  Involucrándonos en un mundo habitado por seres oscuros, vampíricos, inescrupulósos que hacen lo que sea necesario con tal de mantenerse en el negocio de la calle.  Un nuevo tipo de fauna urbana que se sostiene solo sin tener que acudir a las personajes callejeros tercermundistas cliché como prostitutas ni ladrones.
En medio de aquella sordidez y en uno de tantos accidentes, Sosa conoce a Luján una médica drogadicta y solitaria que trabaja en una ambulancia recogiendo heridos. 
Entre los dos surge una relación extraña, oscura y casi desahuciada que termina por enredarse mucho cuando ella descubre los negocios que hace Sosa para mantenerse.  Lo  que en realidad molesta a Luján de su nuevo amor, es que arriesgue la vida de algunas personas solo por conseguir una demanda. 
A pesar de esto, se involucra con él e incluso se convierte en su cómplice de manera un tanto ingenua.  Este cambio repentino de pensar está impulsado (y tal vez justificado) por su arrebato de ánimo justiciero con el que pretende huir de la vida que tanto la agobia.  Entonces no resulta extraño que Luján abrumada por su soledad, por esa miseria que la rodea y por su misma adicción, termine aferrándose a Sosa al punto que pone en riesgo lo único que tiene: su propia vida. 
Pero esta no es una historia de amor.  O tal vez sí pero vista desde el thriller, entonces resulta medida, racional y desesperanzadora.  Justo así está planteada, como un romance que no desborda la razón ni sobrepasa los límites.  Y aunque se percibe el esfuerzo del director por querernos convencer de que aquella es una historia fuerte de amor, no se convence desde la pasión sino desde el sentido práctico en que estar juntos parece ser un mejor negocio que estar solos.
Durante casi dos horas “Carancho” nos sumerge en las calles del distrito de Matanza (del que es oriundo Trapero) y nos involucra tanto que terminamos conociendo a profundidad parte de la idiosincrasia local.  Trapero incluso se aventura a mostrarnos una fiesta de quince años de un sector humilde en una secuencia que me recordó a la narración de Claudia Llosa en “La teta asustada”. De todas maneras el tercer mundo es en todos lados el mismo.

 “Carancho” es desesperanzadoramente amorosa, una  película que nos remueve y cuestiona, pero sobre todo que  nos golpea.  Es el fin de la ingenuidad para quienes creen que falta algún lugar para ser impregnado por la corrupción, para quienes creen que en el cono sur las cosas sin diferentes.  
Aunque tiene acción y tensión, su final carece de sorpresa.  Una bofetada para quienes todavía sueñan con salirse de la corrupción.   

martes, 14 de junio de 2011

KAREN LLORA EN UN BUS


El cine colombiano parece estar polarizado. Por un lado están las producciones chistositas, mediocres y repetidas, que llenan las salas, y por el otro están las películas que presumen haber pasado por festivales internacionales y que aseguran no piensan en la taquilla.
“Karen llora en un bus” es una de esas películas que entró a la cartelera colombiana en silencio.  Sin grandes anuncios ni crear mayores expectativas fue puesta en las salas y de esta misma manera ha transitado,  desapercibida para la gran mayoría.   Una situación a la que le vienen perfectas las lágrimas de Karen (su protagonista), que llora quedito en un transmilenio sin esperar que nadie la ayude, implorando que nadie la mire.  Que curiosidad.   Pero esta abnegación no está bien.  No es correcto que en este país la discriminación llegue hasta el cine.
El mercadeo parecen haberse convertido en la mejor arma con que cuentan muchas producciones nacionales, comedias en su gran mayoría, que tienen que prevenir con publicidad lo que no curan en la pantalla.
El resultado siempre es el mismo.  Vemos una y otra vez anunciadas películas con las mismas tramas pero con nombres diferentes. Largometrajes hechos con el único propósito de recuperar la inversión apostando por personajes, situaciones y chistes predecibles y hasta repetidos.  De esta forma se instalan en las taquillas muchas semanas en las salas esperando la asistencia  de un público que asiste atraído más por la publicidad que por la calidad.
Todo se vale con tal que el colombiano consuma productos nacionales y el cine, entre ellos.  Pero este principio de lógica no es acatado por todos los productores.  Por increíble que parezca siguen existiendo aquellos que se conforman solo con invertir muchos, muchísimos, millones en sus película y dejan solo un cifra mínima para la publicidad.  Concentrados, tal vez, solo en llegar a los festivales y en seducir públicos “diferentes”, olvidan que también de la taquilla viven las películas.  De ahí la importancia de promocionarlas, por mínima ley de supervivencia.

Pero con todo y eso hay películas que tan solo aparecen, como “Karen llora en un bus”, que narra la historia de Karen (Angela Carrizosa), que a los treinta y tantos años decide separarse de su marido. A partir de ese momento tiene que arreglárselas para sobrevivir en un cuarto de una pensión del barrio La candelaria, buscando trabajo y construyendo un nuevo universo.
La película escrita y dirigida por  el bogotano Gabriel Rojas tiene a su favor la intención de abordar un tema diferente a los narcotraficantes, los asesinos y los pícaros.  Al centrarse en un conflicto simple, Rojas se toma su tiempo para narrarlos los pequeños grandes pasos que da esta mujer que intenta abrirse una nueva vida como individuo. 
Bien por este tipo de propuestas argumentales que dan cuenta de personajes “invisibles” pero allegados a nuestro día a día.  En este transitar cotidiano, Rojas convierte al centro capitalino en testigo y escenario y se la juega por una suerte de documental, al colocar la cámara lejos y dejar que la protagonista interactúe con los seres del común, tal vez sin que ellos lo perciban.  Algo así como cámara escondida, pero sin chiste.
Pero en su posición frente al tema central,  Rojas es más directo y tal vez un tanto predecible, al mostrar que Karen vive una relación matrimonial fría, distante e indiferente.   Con silencios y miradas esquivas, reitera escena, tras escena que Karen no es feliz. Nos lo deja claro sí, pero no hace falta ser tan evidente.  Es verdad que el público necesita reconocer a su protagonista e identificarse con él, pero a veces también es interesante permitirle (al público) que  tienda esos nexos con naturalidad.
Entonces Karen, que tiene a la infelicidad como el mayor de sus motivos,  huye de su hogar en una primera secuencia, que resulta similar a la de la película española “Te doy mis ojos”.  Pero, claro, hay que decirlo esta secuencia va en perfecta concordancia con la final.
Al llegar a vivir al centro, Karen conoce a una peluquera que termina convirtiéndose en su amiga y gracias a ella, tal vez, empieza a reencontrarse con su esencia femenina.  Y entre tanto la búsqueda de la vida, el aprender a bañarse con agua fría, el mentir para poder comer y hasta un nuevo proyecto de amor.
La historia que según Rojas, nació de su inquietud de saber que pasaría con el personaje de Nora (Casa de Muñecas, Henry Ibsen) una vez salía de su casa, resulta ser buen intento.  Porque tal como está “Karen llora en un bus” es una historia que carece por completo de tensión dramática.  Si ponemos los ojos en la obra de Ibsen, la tensión siempre está presente en que su marido puede recibir la carta que revela la verdad sobre “su” Nora, pero aquí no existe ningún elemento dramático que nos mantenga a la expectativa ni que nos enganche a la silla.
A pesar de la racionalidad de las acciones de su protagonista, los diálogos tan “sensatos” y carentes de color, y los personajes que se quedaron en boceto,  “Karen llora en bus” es una película colombiana que bien vale la pena ver.  Y no por aquello de que usted se vaya a reconocer, sino porque este tipo de historias también pueden contarse.  

martes, 7 de junio de 2011

CONOCERÁS AL HOMBRE DE TUS SUEÑOS


Woody Allen es uno de esos directores que siempre tiene algo más que decir.  Y de eso dan fe sus cuarenta  y tantas películas, en las que se ha permitido decir una y otra vez lo mismo de una manera diferente o tal vez de la misma. Pero que más da.
Él es uno de esos directores con lo que podemos casi ir a la fija,  estando seguros de algo:  Sin importar lo repetidas que pueden parecen sus anécdotas ni sus personajes recurrentes, Allen siempre nos dará algo nuevo con lo que podremos engancharnos. 
Esto es consecuencia de la más admirable de sus destrezas, esa astucia narrativa le ha permitido asumir temas como la crisis matrimonial, la monotonía, la infidelidad, el enamoramiento y el destino, hasta el cansancio. 

“Conocerás al hombre de tus sueños” narra cuatro historias que ocurren dentro de una misma familia.  Como ya es costumbre, Allen nos sumerge en su relato desde la primera secuencia con un narrador que nos ubica dentro del momento preciso en que empieza todo. Ese recurso de contarnos la película como si se tratara de un cuento es típico del director newyorkino y así asegura  que no nos perderemos nada y que al final recibiremos un mensaje. 
Entonces conocemos a Helena (Gemma Jones), una mujer mayor que acabada de ser dejada por su esposo de toda la vida.  En medio de su tristeza, consulta una adivina llamada Cristal que la tranquiliza asegurándole que muy pronto encontrará otro amor. Desde ese momento Helena crea una relación adictiva con Cristal a quien le consulta todo y obedece sin duda alguna.
Mientras tanto Alfie (Anthony Hopkins), el exmarido parece pasarla muy bien. Acaba de casarse con una “actriz” de dudoso linaje, a la que le lleva treinta años. En este intento desesperado por recuperar los años idos,  Alfie gasta más de lo que puede y, claro,  toma viagra para mantener a esa guapa mujer junto a él.
Sally (Naomi Watts) es hija de ambos y acaba de empezar a trabajar en una galería de arte con Greg (Antonio Banderas) como jefe.  A pesar de estar casada, no puede evitar sentirse atraída en silencio por este hombre a quien encuentra triunfador, refinado y detallista. Algo que su marido hace mucho tiempo no es.
El marido es Roy (Josh Brolin) un médico de profesión pero escritor de alma y oficio, que se aferra a su pasado glorioso de best-seller.   Pero en la realidad, Roy no es un escritor atractivo para los editores, quienes lo rechazan sin mucha consideración.  Sin embargo insiste una y otra vez con lo mismo, mientras sueña con una mujer que vive enfrente y que siempre se viste de rojo.   Con tanto en la cabeza, Greg no presta atención a los reclamos justificados de Sally que le pide estabilidad económica y un hijo.


Con estas tramas tenemos servida la mesa para deleitarnos con una película que tiene a Londres por escenario aunque bien podría ocurrir en New York, Venecia, Paris o Roma. 
Eso en realidad no importa sino que nos resulta cercana y familiar, gracias a esos personajes divertidos y desesperantes, que ya reconocemos de producciones anteriores.  La mujer infeliz, el fracasado al acecho del éxito, el hombre mayor en busca de juventud, la adivina y la mujer atractiva, hacen parte de ese grupo de seres que rondan y agobian al Allen guionista y director.
Pero si los personajes son importante, mucho más quien los encarna.  Por eso  Allen se da el lujo de escoger a su antojo, sin presionarse demasiado porque como bien dijo una vez “Contrato a gente valiosa y ellos tienen su propio camino.  Ellos eran excelentes actores antes de trabajar conmigo, demuestran su talento en mis proyectos y continúan así al enrolarse en cintas con otros directores”.
Así, actuar para Woody Allen se ha convertido un privilegio que ninguno quiere perderse. Helena Boham Carter, Alan Alda, Jonathan Rhes Meyer, Edward Norton, Helen Hunt, Javier Bardem  son algunos de los que han pasado por sus manos.  Y pronto veremos a Carla Bruni en “Medianoche en Paris”, película que acaba de presentar en Cannes.

A simple vista pareciera como “Conocerás al hombre de tus sueños” es una historia de siempre.  Pero esos toques de actualidad, esa mirada ácida al fracaso y esa burla al enamoramiento furtivo, la convierten en una historia diferente.
Es ante todo, una película llena de esperanza que muestra lo bonito de volver a empezar. 

martes, 31 de mayo de 2011

LA CHICA DE LA CAPA ROJA


Cada que exhiben sus películas, productores y directores se convierten en presa fácil de las críticas. No solo de los especialistas sino  también de un público, más audiovisual que cinéfilo, que con el paso de los días ha aprendido a ser menos conformista.  Bien por ellos, por los criticones, que se arriesgan a decir que una película les aburre o que pudo haberse hecho mejor.
Por supuesto, los espectadores tenemos el derecho de ver buenas películas.  Aunque este, por ratos, parezca ser un privilegio.  Lo bueno es que en este “mundo democrático”, los que hacen las películas también tienen sus licencias y cometen errores.  Lo malo es que estas equivocaciones pueden condenar a una película al fracaso o que es lo mismo, a una taquilla fría. 
Muchos factores son determinantes, el reparto, la actuación, la dirección y el montaje. Pero si hay algo en lo que los productores  invierten muchas horas de su trabajo, es en la escogencia de la historia. 
Muchos coinciden al decir que si hay un buen guión, ya se tiene la mitad de la película. Aunque no es una constante, porque hasta los buenas historias pueden perderse con una mala dirección.
A la hora de escoger un argumento el dilema siempre es el mismo: Irse por una  historia original lo cual le garantiza cierta libertad o la adaptación, lo que bien podría ofrecerle alguna tranquilidad de caminar por el terreno seguro del camino que otros ya emprendieron
Lo cierto es que decidirse a contar una historia reconocida, además de ser un acto supremo de confianza, es uno de los mayores retos que puede ponerse un quipo de producción.  Intentar seducir y mantener atento a un espectador que antes de empezar la película ya conoce la anécdota mejor tan bien como quien la narra, requiere arrojo.
La historia de Caperucita Roja, cuyo origen data del medioevo, cuando era una simple leyenda oral que servía de advertencia sobre el peligro de hablar con desconocidos.  Con el paso del tiempo y gracias a varios autores (incluidos Perrault y los hermanos Grimm) y muchos, muchos años después llegó al cine, donde parece haberse convertido en una anécdota muy atractiva. 
Entre las adaptaciones que se han hecho está la divertida farsa “Encuentro con el lobo” (1996), protagonizada por Reese Witherspoon, la animada “Roja caperuza” (2006) y ahora llega “La chica de la capa roja”, en la centraremos nuestra atención.
Esta producción dirigida por Catherine Hardwicke, la misma de “Crepúsculo” se propone darnos una nueva mirada a la historia clásica.  La historia de la niña que se pierde en el bosque y es víctima de un lobo acosador, queda un poco relegada para darle paso sino a un hombre lobo, a algo de cacería de brujas y por supuesto, a un romance tormentoso que involucra una madre interesada y un secreto guardado. ¿Le parece demasiado? Todavía hay más y es que esta Caperucita llamada Valerie, derrocha hormonas a su paso y además puede entender los aullidos del lobo que le pide que se vaya con ella.
Con toda esa información, los espectadores también son introducidos en un juego de confusiones al ponernos a dudar de quien el verdadero lobo que acecha a la jovencita.  Pero esto que al principio parece ser un atributo de la película se vuelve repetitivo y, por supuesto, termina siendo aburrido.
El guión que estuvo a cargo del mismo que escribió la aterradora “La huérfana”, parece no haberse decidido en el género desde el cual iba a mover la historia.

Porque “La chica de la capa roja” al principio se nos plantea como un thriller cuando se corre el rumor de que el lobo ha vuelto a atacar la pequeña aldea. Pero después se transforma en melodrama cuando nos involucramos en una historia de amor imposible entre Valerie (Caperucita) y Peter (el leñador) aunque después se transforma un poco en tragedia, cuando el destino castiga a los protagonistas. Al final el amor triunfa de alguna manera y volvemos a ser ubicados en el melodrama. 
Pero también hay pequeñas escenas que nos hacen reír, no se si con intensión o no, pero están dialogada de al manera que solo da risa, como aquella de “Abuelita que ojos tan grandes tienes”.

En “La chica de la capa roja” la postura de Hardwicke dista mucho de ser cómoda.  La extensión de algunas secuencias es innecesaria y su puesta en escena parece ser más teatral que cinematográfica, con escenas marcadas por muchos personajes que hablan y se mueven a la vez y con pocas reflexivas.
Y aunque la secuencia final parece algo seductora, en definitiva la apuesta de hacer una Caperucita Roja medio thriller, medio hombre lobo, medio original, medio novedosa, no funciona. Es que a la hora de hacer una película, hay que saber lo que se quiere: ¿O hacemos la original o nos arriesgamos a una adaptación nueva por completo? Pero no se puede hacer todo a la vez.  Eso sí que no. 

jueves, 26 de mayo de 2011

UN AÑO MAS


La primera sorpresa con la que nos encontramos en esta película es con una pista falsa que nos hace pensar que conoceremos la vida de un personaje determinado pero no es así. El recurso llamado Macguffin (o maguffin, en el más simple español) fue acuñado por Hitchcook y corresponde a “aquel” elemento narrativo del que se valen algunos directores como excusa para mostrarnos a los verdaderos protagonistas. 
En “Un año más” el británico Mike Leigh, adopta este guiño argumental  valiéndose de la talentosa actriz, Imelda  Staunton con quien trabajó en 2004 en el largometraje “El secreto de Vera Drake” y que ahora actúa como una mujer deprimida y muy infeliz.   Esta vez, la aparición de Staunton tiene como único propósito el   llevarnos hacia su sicóloga, una mujer llamada Gerri y que  terminará siendo el hijo conductor de la película en cuestión.
Interpretada por Ruth Sheen, Gerri es una mujer que divide su tiempo entre su consultorio y su familia.  Comparte con su esposo su pasión por la horticultura y un amor que los ha mantenido juntos por más de 30 años.  El marido interpretado por Jim Broadbent es un geólogo al que además de la trabajar en la huerta, le encanta cocinar.  
Esta pareja vive en las afueras de Londres en una casa en la que todos son bienvenidos. Allí, empezamos a conocer seres contemporáneos a ellos, amigos cercanos, que han vivido sus días de manera distinta y que tal vez por lo mismo no han encontrado la felicidad, al menos no como ellos esperarían que fuera. Es así como llegamos a Mary (Lesley Manville)), una secretaria compañera de trabajo de Gerri que, a sus cincuenta y tantos, aún no ha aprendido a convivir con su soledad.  Y sin saber cómo lidiar con semejante compañía, da tumbos entre la tristeza, la euforia, la compulsión, el vino y las equivocaciones.  
También aparece Ken (Peter Wight), otro del club de los solitarios, que pasa sus días entre cigarrillos y cervezas. Este se muestra  más honesto que Mary y no pretende verse bien cuando no lo está y se desmorona con facilidad preso de su sobrepeso y sus vicios. Añorando los años en que podía moverse a gusto por sus bares.  Su tristeza se percibe, esto de sentirse ajeno y no ser bien recibido en aquellos lugares que fueron suyos, es temor que nos acecha. 
Entonces hace un último y desesperado intento desesperado al acercarse a Mary.  Pero claro, el pobre ya ha perdido la práctica y es torpe en el cortejo y ella lo sacude sin compasión. Lo que en realidad le molesta a Mary es ser pretendida por un hombre como ese (tan gordo, tan viejo, tan “fregado”) cuando ella se siente tan bonita, tan joven y tan coqueta. En su imaginario Mary se siente apetecible para cualquier hombre de treinta porque esa es la edad que ya cree que todavía siente que tiene.  Anclada al recuerdo de un hombre que, muchos años atrás, estuvo junto a ella pero que nunca le dio el ascenso de amante a mujer.
  
Estas historias entrelazadas con otras más, son las que observamos en “Un año más”, que a la vez es el tiempo que compartimos con sus protagonistas. Un año de sus vidas, otro más en el que los personajes mutan conforme a las estaciones empezando por la primavera y terminando con el invierno. 
Para hacerlo, el director Mike Leigh que también escribió la historia, utilizo escenas largas, planos estáticos y abiertos y fue muy generoso con sus personajes al dejarlos hablar todo lo que quisieran. Imposible hacer una historia de estas con diálogos contenidos, cuando aquí todo se centra en esos conflictos interiores, en los miedos y los fantasmas que nos habitan.
Entonces Leigh optó con sabiduría y los dejo hablar, hablar y hablar, porque eso es lo que mejor saben hacer, porque lo necesitan para mantenerse vivos.  Hablar y sentirse escuchado.  Por fortuna tiene amigos como Tom y Gerri que siempre los reciben y escuchan sin juzgarlos.

Esta es la clase media británica que tanto llama la atención de Leigh y que nos ha mostrado en diferentes producciones como “Grandes ambiciones”(1988), “Secretos y mentiras” (1996) “La dulce vida” (2008), por mencionar solo algunas porque en su haber ya tiene más de 15 largometrajes.
El trabajo de Leigh que le ha valido muchos (muchísimos, de hecho) y variados premios, se basa en un trabajo a fondo con personajes reales y cotidianos. 
Él ha sabido valerse de su experiencia como actor y director de teatro, para lograr dirigir actores de una manera única.  Convirtiéndolos en personajes contundentes pero que no pierden  su naturalidad porque bien podríamos reconocer en ellos amigos cercanos o tal vez a nosotros mismos. Así de urbano y de  cotidianos.
Y esos diálogos… Largos pero intensos, llenos de subtextos y de  evasiones, que muestran y esconden pero que al final desnudan el alma, como los que sostenemos con nuestros amigos más íntimos.

jueves, 28 de abril de 2011

SOUL KITCHEN


“Soul kitchen” es una canción de “The doors” y también es el nombre  del restaurante de Zinos, un griego entrado en los treinta y que sobrevive con desenfado su día a día. 
Sostiene una relación con su novia hace varios años y a pesar de que parece quererla, hace poco por mantenerla a su lado. Ella tiene planes de irse para la China y él la deja ir con el pretexto de que no puede abandonar su restaurante. Un lugar medio caído ubicado en un vieja estación de tren y que él se empeña en mantener abierto, eso sí regido por la ley del mínimo esfuerzo.
Como dueño del lugar, Zinos se encarga de la cocina y lo hace de manera mediocre, cocinando comida congelada y de paquetes, sin seguir ninguna norma higiénica.  A sus clientes no parece importarles. Ellos, vecinos del barrio, no pretenden encontrar la gran oferta culinaria y acuden al “Soul kitchen”  para evitarse la fatiga de cocinar y lavar.
Después de que parte su novia, la vida de Zinos parece irse a pique: primero  sufre un accidente con su espalda y le cae hacienda a cobrar los impuestos que ha dejado de pagar.  Desesperado por endosarle el restaurante a otra persona y poder viajar al encuentro de su novia, contacta una cocinero neurótico y genial.  
Aunque no logra su propósito de convencerlo de asumir la administración del lugar, el nuevo cocinero le impregna magia a los platos y el dinero empieza a llegar. Pero también los problemas y las inconformidades. 
En tono de comedia, “Soul kitchen” muestra cocina del viejo lugar como un escenario propicio para desmitificar el mundillo culinario que ha sido tan alabado en las últimas décadas (no solo en el cine, sino también en la cotidianidad) a través de las recetas sencillas, hechas con ingredientes cotidianos. 
Como complemento el  genio creador no está personificado por un chef semi-dios sino por un gitano loco al que le da lo mismo cocinar que lanzar los cuchillos en un acto de circo. Esto permite comprender un poco a los personajes  por los cuales apuesta el director alemán Fatih Akin.  Como protagonista no escoge un hombre diligente sino más bien uno medio sonso, que se deja manipular en sus afectos por su hermano calavera y su novia lejana.  
La vida bien podría pasarle por encima a Zinos y casi así sucede. Al ver la sicología de este personaje tuve la sensación de que ya lo conocía y recordé a aquel interpretado por Griffin Dunne en “Después de las horas” (1985), película con la que Scorsese pretendía burlarse de todo, incluso de las leyes narrativas y de montaje.  La similitud está en que los dos personajes permanecen imperturbables páseles lo que les pase. 
Zinos cada vez más adolorido camina mal, sufre y lo pierde todo pero no hay compasión.  Tampoco  preocupación, porque por encima del absurdo y la impotencia, siempre se impone  el positivismo y la risa lo que nos asegura la certeza de que saldrá bien librado sin cambiar sus principios morales ni hacerle mal a nadie.   Ingredientes de comedia que Akin mezcla a gusto con una buena dosis de música, que marca las secuencias e incluso sus acertados movimientos de cámara.
Pero no logra eximirse de caer en lugares comunes y situaciones poco verosímiles que rayan en la ingenuidad lo que lleva a que la trama se desarrolle entre equivocaciones, metidas de pata y estrategias torpes con la que los personajes pretenden solucionar sus problemas.
Pero rara vez lo consiguen porque en este tipo de historias, el final corre por cuenta del destino, que acomoda las cargas y da a cada quien o que se merece .
Aunque se vea como ingenuo y poco real, el final es congruente con la trama y obedece al principio de género cómico regido por la moralidad: castiga en su justa medida a los buenos y a los malos. Y al final, todos sus protagonistas aprenden cómo deben comportarse para vivir en “sociedad”.

A pesar de que historias de este tipo nos resultan poco creíbles y lejanas por la idiosincrasia de sus personajes y de las naciones en la que suceden, también tienen la virtud de hacernos reír.  Sin necesidad de utilizar el pastelazo ni los consabidos gags (aunque si tiene algunos), estos europeos ofrecen una comedia distinta a la estadounidense, que centra su humor en los gestos de sus actores o en la colombiana que se cimienta en las groserías o el mal gusto. 

“Soul kitchen” es del año 2009, y está protagonizada por Adam Bousdoukos, que también estuvo en “Contra la pared” y Moritz J. Bleibtreu.  Ganó el Premio Especial del jurado en el Festival de  Venecia del 2010 y Globo de Oro a mejor película extranjera (2010).  Esta generosa película nos asegura risas, buena música, buena fotografía  sin pedirnos nada a cambio.

miércoles, 13 de abril de 2011

LA OTRA FAMILIA


Las películas cargan sobre sus hombros la realidad social de sus países y  el estigma del género dramático con el que  han forjado sus generaciones.  Es el caso de México, que a pesar de su altísima producción audiovisual sigue siendo apostando por el melodrama.  ¿Y cómo no? teniendo como pilares culturales a los pulpos televisivos y a la telenovela como el medio más efectivo de comunicación.  Entonces, es natural que sus películas vengan cargadas con buena dosis de melodrama y claro una que otra píldora de “moralina”.

Debo confesarlo, soy fan del cine mexicano y siempre que encuentro una película en cartelera,  voy con el mejor ánimo, asumiendo que me va a gustar.  Después cuando salgo del lugar me obligo a buscarle las cosas buenas por encima de las malas y muy, a mi pesar, la balanza no es equitativa.  Es una realidad, “algo” sucede en la sala, algo que tiene que ver con las secuencias, los diálogos y los lugares comunes pero como resultado se desvanece la magia y de la fe absoluta me refugio un poco en  la defensa. 
Esto, por supuesto no pasa siempre pero si bastante a menudo y “La otra familia” no fue la excepción.  La producción escrita y dirigida por Gustavo Loza, quien alterna su oficio de director entre  el cine y Televisa, narra la historia de un niño que sufre por los constantes abandonos de su madre drogadicta y termina siendo adoptado temporalmente por una pareja de homosexuales.
El hecho, por supuesto trae consecuencias: La madre arrepentida y malaconsejada por su amante busca al pequeño, mientras los nuevos padres se encariñan con él.  Y como si estoy no fuera suficiente conflicto, el niño se convierte en el objeto más preciado del mercado, cuando intenta ser vendido a una matrimonio de “riquillos” a los que parece no les importarles adoptar a un niño de 9 años, con tal de salvar su relación.  Para contar esto Loza, que intentó abarcarlo todo, utilizó dos horas en las que se sintió un poco alcanzado por lo reforzado del argumento.  Por supuesto, no se puede abordar la adopción en parejas homosexuales como un hecho aislado, ni más faltaba.
Pero el asunto va más allá de una narrativa mínima estructurada con un solo conflicto y en pocos personajes. No se trata de eso, ni de limitar las propuestas narrativos, sino de intentar mantener una unidad de acción.  
En “La otra familia” Loza se  extendió de manera innecesaria en situaciones y secuencias irrelevantes, por tratar de cerrar todas las líneas dramáticas y tal vez, por querer complacer a muchos a la vez. Esta tibieza  es común a muchos de los autores del tercer mundo, quienes además de ser los directores también pretenden escribir, los lleva a dejarse arrastrar por temas que piensan que entienden pero que no logran descifrar.
Es cierto que los autores deben tener posturas definidas en sus narraciones pero la forma en que Loza presenta el tema es un tanto maniquea y falsa.  Desde un óptica cargada de moralina que se representa a través de personajes, representados por actores de televisión, que parecen más sacados del papel que de la vida cotidiana.  Acá los homosexuales son de comercial de televisión, refinadísimos, de esos que cenan quesos con vino tinto y que viven en una casa espectacular y tienen una vida perfecta, llena de comunicación y fidelidad. Mientras que los heterosexuales son mostrados como drogadictos, promiscuos, infieles e irresponsables.

Pero en el cine, al igual que en la vida, es peligroso generalizar. Primero porque en los seres no hay verdades absolutas ni situaciones definitivas y segundo porque siempre se correos el riesgo de equivocarnos o lo que es peor, de caer en estereotipos.
Esto es lo que le sucede a Loza. Tal vez en su afán de concentrarse en las situaciones, forzó a sus personajes a actuar de determinada manera, solo en función de la historia, aunque resulte gratuito y reforzado. Y en “La otra familia” podemos observar este tipo de timonazos poco justificados, los cambios de actitud de los protagonistas surgen de una escena a otra sin mayor reflexión. Uno de los hombres que odia al niño termina queriéndolo de un momento a otro, sin más ni más…
Dicho de paso ningún director tiene porque resolver todas las preguntas con una simple película. No pedimos tanto, no ansiamos ver todas las escenas, porque en ese festín estético no solo nos arrebatan nuestro derecho de espectadores a ejercitar la imaginación y suponer finales, situaciones, conversaciones… 
Loza no es la excepción y padece el mal de querer dejar todo resuelto antes de que corran los créditos finales.
A pesar de esto, el director mexicano tiene algunos aciertos en sus escenas emotivas (la telenovela no es tan mala después de todo y para algo le ha servido su experiencias en el melodrama) y en algunas encuadres bonitos y logra mantener cierto suspenso. Sin embargo, su final no sorprende y resulta algo incómodo cuando propina castigos y otorga premios a los protagonistas de acuerdo a sus acciones. Los malos mueren y los buenos reciben su premio.  Esto también lo trajo de la telenovela, pero esto es cine…

miércoles, 6 de abril de 2011

Matrimonio por contrato


Cuando se construye la vida basándose solo en la aceptación y el reconocimiento, es fácil equivocarse.  En el afán de llenar el vacío emocional (espiritual), los individuos adoptan estilos de vida convencionales y comprobados que les prometen el éxito a cambio de su esencia.  Este modo de vida, común en las sociedades del consumo rápido, los mantiene ocupados con las virtudes de los últimos productos del mercado que, por supuesto,  son indispensables para seguir siendo aceptados y reconocidos. Así el círculo se repite una y otra vez.
Claro hay lugares donde el consumo es más veloz,  Estados Unidos
por ejemplo, donde se cambia incluso de muebles de acuerdo a la estación y lo viejo se tira a la basura aunque esté en perfecto estado. El dinero no es problema porque para eso siempre está el crédito y el leasing, así que todo lo tienes, todo debes.
La película  “Matrimonio por contrato” se ubica en una pequeña ciudad norteamericana y tiene por protagonista a una pareja que parece haber descubierto el secreto de la felicidad. tienen una vida que parece un comercial de televisión:  Una casa equiparada con lo último del mercado, unos hijos bonitos y por supuesto, viven un eterno romance. Tanta perfección despierta la admiración de quienes le rodean y muy pronto todos se esfuerzan en imitarlos, esperando encontrar  su mismo éxito.
Poco a poco, empezamos a descubrir que todo hace parte de una trampa o más bien de un negocio al que se dedican sus cuatro integrantes, expertos en vender todos los elementos con los que establecen su estilo de vida. Esta familia que en realidad es una célula (o red) tiene por jefe a Demi Moore, que además de interpretar el rol de madre y esposa moderna,  se esfuerza por impulsar a sus compañeros para que se exhiban, sonríen y promocionen su perfección. Todo se vale, con tal de vender lo que usan: Zapatos, labiales, televisores y autos. 
Un negocio es rentable y que beneficia a los integrantes de esta seudofamilia, que no miden las consecuencias de sus actos con tal de sumar más ventas a su red.  Pocos escrúpulos y mucha racionalidad han sido su constante, pero ahora que a llegado un nuevo integrante al equipo las cosas parecen cambiar.  El nuevo, interpretado por David Duchovny (“Los expedientes X” y la serie “Californication”), pronto los supera en sus porcentajes de ventas pero a diferencia de ellos tiene un lado humano que le pesa más que la ambición. 
En la casa de junto, qué ironía, vive un matrimonio corriente conformado por una vendedora de catálogo que se esfuerza por subir su categoría y un esposo poco satisfecho, que quiere complacerla aunque no sabe muy bien porqué.   Ellos, por supuesto son los primeros que sucumben a la tentación de imitar a sus vecinos, pero no son los únicos. Los compañeros del colegio, las señoras del salón de belleza y los amigos del club, todos quieren ser como está familia perfecta de comercial de televisión. Aunque al final, todo termina saliéndose de lo planeado porque la gráfica ascendente de ventas se desploma ante las dinámicas de una vida construida de manera egoísta. Como es de esperarse las mentiras se descubren, la muerte ataca y en medio de la confusión, la familia perfecta se deshace.

“Matrimonio por contrato” nos muestra la debilidad de la mente humana que se deja encandilar por el éxito ajeno y sucumbe con facilidad a los encantos del consumismo. Esto de comprarse una vida ajena como garantía de felicidad, rara vez funciona y aquí el director y guionista Derrick Borte muestra su postura crítica frente a los modelos impuestos por la sociedad. Con un elenco de actores que si bien no son primeras figuras tampoco son del todo desconocidos. 
Este tema que ya ha inspirado películas  como “Belleza americana” (dirigida por Sam Mendes 1999), termina siendo tratado con más ligereza en “Matrimonio por contrato”. A través de los cambios que sus protagonistas experimentan fuera de cuadro y con un desenlace tibio, la película da un giro inesperado en su último tercio para convertirse de repente en una comedia romántica.
 Acá no hay grandes reflexiones ni se aprende de los errores, las decisiones se toman más bien desde la misma óptima egoísta con la que se han comportando sus protagonista. En perfecta congruencia en su sicología eso sí.

Así las cosas “Matrimonio por contrato” es una entretenida producción independiente que pone el dedo en uno de los pecados norteamericanos y que muestra las consecuencias de las adicciones a las compras y al estatus. Además supera las pocas expectativas que el público tenía y deja un agridulce sabor del amor, al que se presenta de alguna manera como un negocio viable. 

martes, 29 de marzo de 2011

LOS COLORES DE LA MONTAÑA


“Los colores de la montaña” es una película que tiene  aciertos. No solo por su historia que se nos muestra los dramas que se desarrollan paralelos al conflicto armado en el campo colombiano, sino también su casting, la gran mayoría conformado por actores naturales.  Dramática, dura, bonita, tensionante y divertida en su justa medida, esta producción conmueve e involucra con inteligencia evadiendo la guerra.  El manejo del tema es respetusoso, parte de un investigación y lo mejor, se ahorra la oda a la picardía y a la pornomiseria.   Como resultado el espectador queda bastante involucrado en un conflicto que a veces vemos lejano y ajeno.

Como muchas de nuestras películas nacionales, la historia detrás de la producción es tan interesante como la narración misma.  Desde su concepción “Los colores de la montaña” fue re-escrita  18 veces y se demoró nueve años en culminarse.   Su director es Carlos César Arbeláez, un comunicador social que llegó a esta carrera porque era lo más parecido a lo audiovisual, después de haber descartado la música (aunque fue clarinetista varios años), y la ingeniería electrónica de la que hizo tres semestres. 
Pero su pasión por el cine empezó a los diecinueve años cuando, en medio de un paro de su universidad, hizo el curso “Las cien mejores películas del cine” que dictaba el padre Luis Alberto Alvarez.  Después de esto, todo cambió, dejó la ingeniería y se embarcó en la aventura de convertirse en realizador.

Después de graduarte de la universidad, trabajaste  como camarógrafo y editor y  luego empezaste a hacer documentales. ¿Cómo fue que tu paso a la ficción? 

En el 92 empecé a hacer muchos documentales inspirados en personajes y lugares urbanos. En ese entonces me gane una beca de Colcultura  para recuperar archivos caseros de 8, super 8 y 16 milímetros.  Ahí empecé a engolosinarme con el cine.  Hice un primer cortometraje llamado “La edad del hielo” en 1999 que era también con niños.  Después se me ocurrió escribir “Detrás de la montaña”,  la historia de un niño que quería saber que había detrás de una montaña. Ahí empezó todo, pero no acabó…

El tuyo fue un camino largo, una carrera de obstáculos que tuviste que aprender a saltar conforme iban llegando. Pero siempre tuviste fé en tu proyecto. 
No creas, al principio tuve el miedo de que una película de campo podría no  interesarle a nadie porque ese tema estaba pasado de moda en Colombia.  Además yo no soy campesino, aún así me dejé guiar por la intuición.  Me acuerdo que una vez le pasé la primera versión a un amigo que me dijo “¡que montañerada!” (risas) y yo pensé, sí que bobada seguir con esta película. Pero cuando vi “A través de los olivos” del Kiarostami me volví a animar.  Contacté al Mono Osorio, que era uno de los productores más importantes en Colombia, armamos una coproducción y conseguimos cien mil dólares. Pero en eso, se murió el Mono y todo se canceló. La depresión fue tremenda, tuve que devolver la plata y estuve tres años encerrado, se me cayó el pelo, hasta mi mamá pensó que me había embobado: “Tan viejo y con esas bobadas de hacer una película” (risas). Después llegó la ley de cine y los estímulos del Fondo de Desarrollo Cinematográfico y todo se reactivó.  

No hay duda que una de las cartas fuertes de este largometraje es su casting.  Los niños actúan con naturalidad y parecen sentirse bastante cómodos frente a la cámara…¿Invertiste mucho tiempo en su preparación?
Yo sabia que no me podía equivocar en el casting y me demore dos años haciéndolo. Porque quería que el protagonista fuera futbolista y campesino, pero esa combinación no era fácil de encontrar.  Así que recorrí veredas y las comunas de Medellín, porque allí viven muchos de los desplazados de los campos. También visité 22 escuela populares del deporte, creo que en total hice pruebas a unos 700 niños, pero valió la pena.  Después de que los encontré, me los llevaba cada fin de semana al pueblo donde iba a hacerse el rodaje. Quería que sintieran el campo y sobre todo que se hicieran amigos. Algo triste es que uno de ellos (“Pocaluz”) vivió en su realidad un proceso de desplazamiento similar al de su personaje.

Entonces había mucha responsabilidad y presión.  No solo por tratar con actores naturales sino por la cercanía con el tema.

Claro.  Elegir un casting natural es muy difícil y no creo que sea mas barato porque hay que ensayar muchas veces y se desconcentran con facilidad. Casi se acaba de dirigir en el cuarto de  edición…Y con respecto al tema, me esforcé en tratar el mundo de los niños con mucho respeto, por eso  no utilicé  planos cerrados con ellos. Tampoco dejé que leyeran el guión en su totalidad y no quise que lloraran. Es que conmover con películas de niños y guerra es muy fácil y yo no quería  manipular al espectador… Pero así y todo el publico llora, ufff… No te imaginas…

Por su historia “Los colores de la montaña” ha sido comparada con algunas películas kurdas e iraníes. Sin embargo  tiene elementos muy locales, como la guerrilla y los paramilitares cuyas diferencias son sutiles y difíciles de percibir para un extranjero.
Quise centrarme en la realidad y la gran constante en los campesinos es la zozobra. Por eso metí en un mismo saco guerrilleros y paramilitares. Los he ninguneado a drede, porque ellos son una amenaza latente y real pero a la vez son “fantasmas”. Mi intención era mostrar el conflicto armado en el que viven los campesinos colombianos, a través de un niño.  Todo se ve  y se oye desde los ojos y los oídos de él que todo lo que quiere es rescatar un balón de un campo minado. Pero mientras tanto, casi que detrás de una cortina, el mundo a su alrededor se va borrando.

Y de hecho los colores se van desvaneciendo a medida que avanza la película…
Nadie me cree cuando les digo que el único rodaje en que yo he estado es en el de “Los colores de la montaña”, pero es verdad.  Entonces todo el proceso de la película se dio de manera natural, creció silvestre.   Y eso de ir matando los colores a medida que avanzaba la historia fue intencional, porque a este niño, la realidad le va apagando la alegría de a poquitos. De hecho la última secuencia es casi en blanco y negro, porque quería que el público se quedar con el rostro de ese niño y se fuera pensando en él.  Y sí pasa…

domingo, 20 de marzo de 2011

LOS CHICOS ESTÁN BIEN


El éxito, entendido como la buena recepción del público y de los críticos, de una película está determinado por muchos factores.  El peso de la historia, los aciertos de la dirección (y aquí podríamos mencionar la fotografía, el arte, la dirección de escena), el montaje,  o bien puede ser el elenco. En algunos casos se produce una sumatoria de varios, en otras basta con uno solo y, claro, también puede pasar que haya éxitos inesperados.  Incluso hay quienes califican la calidad de una película por las risas que produzca sin importar que sea corriente, reforzada y ordinaria. 
Resultado de una maniobra orquestada o mero golpe de suerte, lo que le importa a los hacedores de la industria cinematográfica a la hora de hacer una película,  es anotarse un gol (Entiéndase conquistar la taquilla, recuperar el dinero invertido y salvar su pellejo). 
Que no nos engañen.  Nadie hace un largometraje para darse gusto a sí mismo o para divertir a su grupo de amigos más cercano. Obvio, nunca faltan aquellos directores que dicen que sí y, en su legítima defensa, dan vuelta a los malos resultados, asegurando que el público no está preparado para ellos.  ¿Le suena familiar? Si es así, no lo dude:  Ese director miente porque, en el fondo, sabe que pudo haber hecho las cosas mejor.  Pero tampoco lo juzgue, créame que él ya tiene bastante con su pena y con el karma de no conseguir dinero para su siguiente producción.
Que no se malinterprete mi opinión, no estoy diciendo que el oficio de un director sea cosa sencilla.  Al contrario, llevar una película a buen puerto  requiere  de un capitán que tenga disciplina, humildad, cordura y una tenacidad de largo (muy largo) aliento.  Y claro, una buena historia, un director de fotografía inteligente, un sonidista perfeccionista, unos actores comprometidos y otros tantos factores que terminan siendo el apoyo del director. 

“Los chicos están bien” tiene un poco de esto y de aquello. Dos grandes actrices (Julianne Moore y Annette Bening) dirigidas de manera extraordinaria por Lisa Cholodenko , interpretando a un matrimonio de lesbianas que enfrentan una crisis. 
El cisma es producido por la aparición del donante de esperma (Mark Ruffalo) de sus dos hijos (cada una tuvo uno, varios años atrás) que amenaza con romper la armonía familiar.  Mientras esto sucede los hijos de los tres enfrentan la crisis (tratadas con algo de ligereza) de la adolescencia y sobreviven al drama que no parece pernearlos del todo. 
“Los Chicos están bien” es una comedia que nos muestra un rollo más bien romántico y previsible, que aunque podría haber sido tratado con un poco más de profundidad, divierte. La aparición de este hombre como tercero en discordia genera  un conflicto producto de una atracción sexual.
Un problema grande, sustentado con escenas calientes pero que no genera un drama mayor.  Mientras tanto los hijos permanecen en medio, ajenos al conflicto  mientras viven situaciones atravesadas por lugares comunes e interlocutores estereotipos. Como que la hija sea la mejor estudiante, mientras su hermano es un gran deportista y sus amigos son un chico calavera y una niña ofrecida que ve sexo por todo lado.   
Sin embargo esto no parece molestar, después de todo el conflicto se centra en una pareja (Moore y Ruffalo) que se enredan en una pasión desenfrenada que resulta fortuita y carente de esfuerzo. 
Pero antes de que explota la bomba realmente, La película termina cuando el donante-padre se aleja, sin protestar, lo que genera cierto desconcierto porque, a pesar en terrenos de la comedia, nos hace falta que los personajes encaren el problema a profundidad.  Aunque por ahí intentan asomarse las pasiones (no me refiero solo a la sexual) y la ansiedad producto de la soledad y la insatisfacción, no hay una consecuencia real.
Entonces el guión (Nominado a los Oscares) no sorprende más de lo debido y sus personajes se mantienen siempre en la racionalidad impuesta por unos escritores que se esforzaron por hacer una historia de seres demasiado inteligentes.  En pocas palabras, los eventos ocurren cuando deben ocurrir y de la manera en que le conviene a la historia y no obedeciendo a la naturaleza orgánica de sus personajes.   Entonces  las mujeres resuelven su crisis de una manera un tanto ingenua y sin entrar en diálogos profundos, se le pone punto final  al conflicto generado por este hombre. 
Resolución medio ingenua y poco coherente con la psique femenina puesto que las mujeres podemos ir y venir sobre el mismo punto una y otra vez. Mucho más si se trata de una infidelidad. Los reclamos puede volver una y otra vez, una y otra vez… 
Con todo “Los chicos están bien” tiene una dirección acertada y una puesta en escena divertida, construidas con situaciones que rayan en el desparpajo.   Pero, ¿de qué otra manera podría ser? Después de todo es una película con una trama atípica…