jueves, 28 de abril de 2011

SOUL KITCHEN


“Soul kitchen” es una canción de “The doors” y también es el nombre  del restaurante de Zinos, un griego entrado en los treinta y que sobrevive con desenfado su día a día. 
Sostiene una relación con su novia hace varios años y a pesar de que parece quererla, hace poco por mantenerla a su lado. Ella tiene planes de irse para la China y él la deja ir con el pretexto de que no puede abandonar su restaurante. Un lugar medio caído ubicado en un vieja estación de tren y que él se empeña en mantener abierto, eso sí regido por la ley del mínimo esfuerzo.
Como dueño del lugar, Zinos se encarga de la cocina y lo hace de manera mediocre, cocinando comida congelada y de paquetes, sin seguir ninguna norma higiénica.  A sus clientes no parece importarles. Ellos, vecinos del barrio, no pretenden encontrar la gran oferta culinaria y acuden al “Soul kitchen”  para evitarse la fatiga de cocinar y lavar.
Después de que parte su novia, la vida de Zinos parece irse a pique: primero  sufre un accidente con su espalda y le cae hacienda a cobrar los impuestos que ha dejado de pagar.  Desesperado por endosarle el restaurante a otra persona y poder viajar al encuentro de su novia, contacta una cocinero neurótico y genial.  
Aunque no logra su propósito de convencerlo de asumir la administración del lugar, el nuevo cocinero le impregna magia a los platos y el dinero empieza a llegar. Pero también los problemas y las inconformidades. 
En tono de comedia, “Soul kitchen” muestra cocina del viejo lugar como un escenario propicio para desmitificar el mundillo culinario que ha sido tan alabado en las últimas décadas (no solo en el cine, sino también en la cotidianidad) a través de las recetas sencillas, hechas con ingredientes cotidianos. 
Como complemento el  genio creador no está personificado por un chef semi-dios sino por un gitano loco al que le da lo mismo cocinar que lanzar los cuchillos en un acto de circo. Esto permite comprender un poco a los personajes  por los cuales apuesta el director alemán Fatih Akin.  Como protagonista no escoge un hombre diligente sino más bien uno medio sonso, que se deja manipular en sus afectos por su hermano calavera y su novia lejana.  
La vida bien podría pasarle por encima a Zinos y casi así sucede. Al ver la sicología de este personaje tuve la sensación de que ya lo conocía y recordé a aquel interpretado por Griffin Dunne en “Después de las horas” (1985), película con la que Scorsese pretendía burlarse de todo, incluso de las leyes narrativas y de montaje.  La similitud está en que los dos personajes permanecen imperturbables páseles lo que les pase. 
Zinos cada vez más adolorido camina mal, sufre y lo pierde todo pero no hay compasión.  Tampoco  preocupación, porque por encima del absurdo y la impotencia, siempre se impone  el positivismo y la risa lo que nos asegura la certeza de que saldrá bien librado sin cambiar sus principios morales ni hacerle mal a nadie.   Ingredientes de comedia que Akin mezcla a gusto con una buena dosis de música, que marca las secuencias e incluso sus acertados movimientos de cámara.
Pero no logra eximirse de caer en lugares comunes y situaciones poco verosímiles que rayan en la ingenuidad lo que lleva a que la trama se desarrolle entre equivocaciones, metidas de pata y estrategias torpes con la que los personajes pretenden solucionar sus problemas.
Pero rara vez lo consiguen porque en este tipo de historias, el final corre por cuenta del destino, que acomoda las cargas y da a cada quien o que se merece .
Aunque se vea como ingenuo y poco real, el final es congruente con la trama y obedece al principio de género cómico regido por la moralidad: castiga en su justa medida a los buenos y a los malos. Y al final, todos sus protagonistas aprenden cómo deben comportarse para vivir en “sociedad”.

A pesar de que historias de este tipo nos resultan poco creíbles y lejanas por la idiosincrasia de sus personajes y de las naciones en la que suceden, también tienen la virtud de hacernos reír.  Sin necesidad de utilizar el pastelazo ni los consabidos gags (aunque si tiene algunos), estos europeos ofrecen una comedia distinta a la estadounidense, que centra su humor en los gestos de sus actores o en la colombiana que se cimienta en las groserías o el mal gusto. 

“Soul kitchen” es del año 2009, y está protagonizada por Adam Bousdoukos, que también estuvo en “Contra la pared” y Moritz J. Bleibtreu.  Ganó el Premio Especial del jurado en el Festival de  Venecia del 2010 y Globo de Oro a mejor película extranjera (2010).  Esta generosa película nos asegura risas, buena música, buena fotografía  sin pedirnos nada a cambio.

miércoles, 13 de abril de 2011

LA OTRA FAMILIA


Las películas cargan sobre sus hombros la realidad social de sus países y  el estigma del género dramático con el que  han forjado sus generaciones.  Es el caso de México, que a pesar de su altísima producción audiovisual sigue siendo apostando por el melodrama.  ¿Y cómo no? teniendo como pilares culturales a los pulpos televisivos y a la telenovela como el medio más efectivo de comunicación.  Entonces, es natural que sus películas vengan cargadas con buena dosis de melodrama y claro una que otra píldora de “moralina”.

Debo confesarlo, soy fan del cine mexicano y siempre que encuentro una película en cartelera,  voy con el mejor ánimo, asumiendo que me va a gustar.  Después cuando salgo del lugar me obligo a buscarle las cosas buenas por encima de las malas y muy, a mi pesar, la balanza no es equitativa.  Es una realidad, “algo” sucede en la sala, algo que tiene que ver con las secuencias, los diálogos y los lugares comunes pero como resultado se desvanece la magia y de la fe absoluta me refugio un poco en  la defensa. 
Esto, por supuesto no pasa siempre pero si bastante a menudo y “La otra familia” no fue la excepción.  La producción escrita y dirigida por Gustavo Loza, quien alterna su oficio de director entre  el cine y Televisa, narra la historia de un niño que sufre por los constantes abandonos de su madre drogadicta y termina siendo adoptado temporalmente por una pareja de homosexuales.
El hecho, por supuesto trae consecuencias: La madre arrepentida y malaconsejada por su amante busca al pequeño, mientras los nuevos padres se encariñan con él.  Y como si estoy no fuera suficiente conflicto, el niño se convierte en el objeto más preciado del mercado, cuando intenta ser vendido a una matrimonio de “riquillos” a los que parece no les importarles adoptar a un niño de 9 años, con tal de salvar su relación.  Para contar esto Loza, que intentó abarcarlo todo, utilizó dos horas en las que se sintió un poco alcanzado por lo reforzado del argumento.  Por supuesto, no se puede abordar la adopción en parejas homosexuales como un hecho aislado, ni más faltaba.
Pero el asunto va más allá de una narrativa mínima estructurada con un solo conflicto y en pocos personajes. No se trata de eso, ni de limitar las propuestas narrativos, sino de intentar mantener una unidad de acción.  
En “La otra familia” Loza se  extendió de manera innecesaria en situaciones y secuencias irrelevantes, por tratar de cerrar todas las líneas dramáticas y tal vez, por querer complacer a muchos a la vez. Esta tibieza  es común a muchos de los autores del tercer mundo, quienes además de ser los directores también pretenden escribir, los lleva a dejarse arrastrar por temas que piensan que entienden pero que no logran descifrar.
Es cierto que los autores deben tener posturas definidas en sus narraciones pero la forma en que Loza presenta el tema es un tanto maniquea y falsa.  Desde un óptica cargada de moralina que se representa a través de personajes, representados por actores de televisión, que parecen más sacados del papel que de la vida cotidiana.  Acá los homosexuales son de comercial de televisión, refinadísimos, de esos que cenan quesos con vino tinto y que viven en una casa espectacular y tienen una vida perfecta, llena de comunicación y fidelidad. Mientras que los heterosexuales son mostrados como drogadictos, promiscuos, infieles e irresponsables.

Pero en el cine, al igual que en la vida, es peligroso generalizar. Primero porque en los seres no hay verdades absolutas ni situaciones definitivas y segundo porque siempre se correos el riesgo de equivocarnos o lo que es peor, de caer en estereotipos.
Esto es lo que le sucede a Loza. Tal vez en su afán de concentrarse en las situaciones, forzó a sus personajes a actuar de determinada manera, solo en función de la historia, aunque resulte gratuito y reforzado. Y en “La otra familia” podemos observar este tipo de timonazos poco justificados, los cambios de actitud de los protagonistas surgen de una escena a otra sin mayor reflexión. Uno de los hombres que odia al niño termina queriéndolo de un momento a otro, sin más ni más…
Dicho de paso ningún director tiene porque resolver todas las preguntas con una simple película. No pedimos tanto, no ansiamos ver todas las escenas, porque en ese festín estético no solo nos arrebatan nuestro derecho de espectadores a ejercitar la imaginación y suponer finales, situaciones, conversaciones… 
Loza no es la excepción y padece el mal de querer dejar todo resuelto antes de que corran los créditos finales.
A pesar de esto, el director mexicano tiene algunos aciertos en sus escenas emotivas (la telenovela no es tan mala después de todo y para algo le ha servido su experiencias en el melodrama) y en algunas encuadres bonitos y logra mantener cierto suspenso. Sin embargo, su final no sorprende y resulta algo incómodo cuando propina castigos y otorga premios a los protagonistas de acuerdo a sus acciones. Los malos mueren y los buenos reciben su premio.  Esto también lo trajo de la telenovela, pero esto es cine…

miércoles, 6 de abril de 2011

Matrimonio por contrato


Cuando se construye la vida basándose solo en la aceptación y el reconocimiento, es fácil equivocarse.  En el afán de llenar el vacío emocional (espiritual), los individuos adoptan estilos de vida convencionales y comprobados que les prometen el éxito a cambio de su esencia.  Este modo de vida, común en las sociedades del consumo rápido, los mantiene ocupados con las virtudes de los últimos productos del mercado que, por supuesto,  son indispensables para seguir siendo aceptados y reconocidos. Así el círculo se repite una y otra vez.
Claro hay lugares donde el consumo es más veloz,  Estados Unidos
por ejemplo, donde se cambia incluso de muebles de acuerdo a la estación y lo viejo se tira a la basura aunque esté en perfecto estado. El dinero no es problema porque para eso siempre está el crédito y el leasing, así que todo lo tienes, todo debes.
La película  “Matrimonio por contrato” se ubica en una pequeña ciudad norteamericana y tiene por protagonista a una pareja que parece haber descubierto el secreto de la felicidad. tienen una vida que parece un comercial de televisión:  Una casa equiparada con lo último del mercado, unos hijos bonitos y por supuesto, viven un eterno romance. Tanta perfección despierta la admiración de quienes le rodean y muy pronto todos se esfuerzan en imitarlos, esperando encontrar  su mismo éxito.
Poco a poco, empezamos a descubrir que todo hace parte de una trampa o más bien de un negocio al que se dedican sus cuatro integrantes, expertos en vender todos los elementos con los que establecen su estilo de vida. Esta familia que en realidad es una célula (o red) tiene por jefe a Demi Moore, que además de interpretar el rol de madre y esposa moderna,  se esfuerza por impulsar a sus compañeros para que se exhiban, sonríen y promocionen su perfección. Todo se vale, con tal de vender lo que usan: Zapatos, labiales, televisores y autos. 
Un negocio es rentable y que beneficia a los integrantes de esta seudofamilia, que no miden las consecuencias de sus actos con tal de sumar más ventas a su red.  Pocos escrúpulos y mucha racionalidad han sido su constante, pero ahora que a llegado un nuevo integrante al equipo las cosas parecen cambiar.  El nuevo, interpretado por David Duchovny (“Los expedientes X” y la serie “Californication”), pronto los supera en sus porcentajes de ventas pero a diferencia de ellos tiene un lado humano que le pesa más que la ambición. 
En la casa de junto, qué ironía, vive un matrimonio corriente conformado por una vendedora de catálogo que se esfuerza por subir su categoría y un esposo poco satisfecho, que quiere complacerla aunque no sabe muy bien porqué.   Ellos, por supuesto son los primeros que sucumben a la tentación de imitar a sus vecinos, pero no son los únicos. Los compañeros del colegio, las señoras del salón de belleza y los amigos del club, todos quieren ser como está familia perfecta de comercial de televisión. Aunque al final, todo termina saliéndose de lo planeado porque la gráfica ascendente de ventas se desploma ante las dinámicas de una vida construida de manera egoísta. Como es de esperarse las mentiras se descubren, la muerte ataca y en medio de la confusión, la familia perfecta se deshace.

“Matrimonio por contrato” nos muestra la debilidad de la mente humana que se deja encandilar por el éxito ajeno y sucumbe con facilidad a los encantos del consumismo. Esto de comprarse una vida ajena como garantía de felicidad, rara vez funciona y aquí el director y guionista Derrick Borte muestra su postura crítica frente a los modelos impuestos por la sociedad. Con un elenco de actores que si bien no son primeras figuras tampoco son del todo desconocidos. 
Este tema que ya ha inspirado películas  como “Belleza americana” (dirigida por Sam Mendes 1999), termina siendo tratado con más ligereza en “Matrimonio por contrato”. A través de los cambios que sus protagonistas experimentan fuera de cuadro y con un desenlace tibio, la película da un giro inesperado en su último tercio para convertirse de repente en una comedia romántica.
 Acá no hay grandes reflexiones ni se aprende de los errores, las decisiones se toman más bien desde la misma óptima egoísta con la que se han comportando sus protagonista. En perfecta congruencia en su sicología eso sí.

Así las cosas “Matrimonio por contrato” es una entretenida producción independiente que pone el dedo en uno de los pecados norteamericanos y que muestra las consecuencias de las adicciones a las compras y al estatus. Además supera las pocas expectativas que el público tenía y deja un agridulce sabor del amor, al que se presenta de alguna manera como un negocio viable.