martes, 14 de junio de 2011

KAREN LLORA EN UN BUS


El cine colombiano parece estar polarizado. Por un lado están las producciones chistositas, mediocres y repetidas, que llenan las salas, y por el otro están las películas que presumen haber pasado por festivales internacionales y que aseguran no piensan en la taquilla.
“Karen llora en un bus” es una de esas películas que entró a la cartelera colombiana en silencio.  Sin grandes anuncios ni crear mayores expectativas fue puesta en las salas y de esta misma manera ha transitado,  desapercibida para la gran mayoría.   Una situación a la que le vienen perfectas las lágrimas de Karen (su protagonista), que llora quedito en un transmilenio sin esperar que nadie la ayude, implorando que nadie la mire.  Que curiosidad.   Pero esta abnegación no está bien.  No es correcto que en este país la discriminación llegue hasta el cine.
El mercadeo parecen haberse convertido en la mejor arma con que cuentan muchas producciones nacionales, comedias en su gran mayoría, que tienen que prevenir con publicidad lo que no curan en la pantalla.
El resultado siempre es el mismo.  Vemos una y otra vez anunciadas películas con las mismas tramas pero con nombres diferentes. Largometrajes hechos con el único propósito de recuperar la inversión apostando por personajes, situaciones y chistes predecibles y hasta repetidos.  De esta forma se instalan en las taquillas muchas semanas en las salas esperando la asistencia  de un público que asiste atraído más por la publicidad que por la calidad.
Todo se vale con tal que el colombiano consuma productos nacionales y el cine, entre ellos.  Pero este principio de lógica no es acatado por todos los productores.  Por increíble que parezca siguen existiendo aquellos que se conforman solo con invertir muchos, muchísimos, millones en sus película y dejan solo un cifra mínima para la publicidad.  Concentrados, tal vez, solo en llegar a los festivales y en seducir públicos “diferentes”, olvidan que también de la taquilla viven las películas.  De ahí la importancia de promocionarlas, por mínima ley de supervivencia.

Pero con todo y eso hay películas que tan solo aparecen, como “Karen llora en un bus”, que narra la historia de Karen (Angela Carrizosa), que a los treinta y tantos años decide separarse de su marido. A partir de ese momento tiene que arreglárselas para sobrevivir en un cuarto de una pensión del barrio La candelaria, buscando trabajo y construyendo un nuevo universo.
La película escrita y dirigida por  el bogotano Gabriel Rojas tiene a su favor la intención de abordar un tema diferente a los narcotraficantes, los asesinos y los pícaros.  Al centrarse en un conflicto simple, Rojas se toma su tiempo para narrarlos los pequeños grandes pasos que da esta mujer que intenta abrirse una nueva vida como individuo. 
Bien por este tipo de propuestas argumentales que dan cuenta de personajes “invisibles” pero allegados a nuestro día a día.  En este transitar cotidiano, Rojas convierte al centro capitalino en testigo y escenario y se la juega por una suerte de documental, al colocar la cámara lejos y dejar que la protagonista interactúe con los seres del común, tal vez sin que ellos lo perciban.  Algo así como cámara escondida, pero sin chiste.
Pero en su posición frente al tema central,  Rojas es más directo y tal vez un tanto predecible, al mostrar que Karen vive una relación matrimonial fría, distante e indiferente.   Con silencios y miradas esquivas, reitera escena, tras escena que Karen no es feliz. Nos lo deja claro sí, pero no hace falta ser tan evidente.  Es verdad que el público necesita reconocer a su protagonista e identificarse con él, pero a veces también es interesante permitirle (al público) que  tienda esos nexos con naturalidad.
Entonces Karen, que tiene a la infelicidad como el mayor de sus motivos,  huye de su hogar en una primera secuencia, que resulta similar a la de la película española “Te doy mis ojos”.  Pero, claro, hay que decirlo esta secuencia va en perfecta concordancia con la final.
Al llegar a vivir al centro, Karen conoce a una peluquera que termina convirtiéndose en su amiga y gracias a ella, tal vez, empieza a reencontrarse con su esencia femenina.  Y entre tanto la búsqueda de la vida, el aprender a bañarse con agua fría, el mentir para poder comer y hasta un nuevo proyecto de amor.
La historia que según Rojas, nació de su inquietud de saber que pasaría con el personaje de Nora (Casa de Muñecas, Henry Ibsen) una vez salía de su casa, resulta ser buen intento.  Porque tal como está “Karen llora en un bus” es una historia que carece por completo de tensión dramática.  Si ponemos los ojos en la obra de Ibsen, la tensión siempre está presente en que su marido puede recibir la carta que revela la verdad sobre “su” Nora, pero aquí no existe ningún elemento dramático que nos mantenga a la expectativa ni que nos enganche a la silla.
A pesar de la racionalidad de las acciones de su protagonista, los diálogos tan “sensatos” y carentes de color, y los personajes que se quedaron en boceto,  “Karen llora en bus” es una película colombiana que bien vale la pena ver.  Y no por aquello de que usted se vaya a reconocer, sino porque este tipo de historias también pueden contarse.  

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